Cuando Platón analiza al hombre nos dice que su alma tiene tres partes, que son la razón, el espíritu y el apetito. La razón tiene aquí el mismo significado que este término tiene para nosotros. Para Platón esta es la parte del alma que tiene que gobernar nuestros actos.
Se puede decir que un hombre vive en libertad cuando no está sometido a ninguna coacción impuesta por la voluntad arbitraria de otras personas. Esta definición responde a un estar libre-de, y tiene una connotación negativa por cuanto se trata de evitar algo no deseado. En un sentido más positivo la libertad es libertad-para, que es la libertad que necesitamos para construir nuestra propia vida. Las dos acepciones son igualmente importantes, pues, además de que no se puede cumplir la segunda si no se da la primera, están articuladas conjuntamente en un mismo sentir humano de libertad.
Para Heidegger el hombre es el único ser capaz de preguntarse por su propio ser y por el ser de cuanto lo rodea, por lo que su vida es la respuesta a una honda inquietud que brota de un quehacer diario en pos del ser y de los modos de ser de todas las cosas. Y como el ser del hombre es el existir y éste viene limitado por la muerte, el hombre tiene que preguntarse por el sentido de la muerte. Y como nos trajeron a este mundo arrojándonos a él sin preguntarnos nada, tenemos que pensar en el sentido de este estar arrojados. Y como nuestro existir es en realidad un coexistir con otros seres idénticos a nosotros, tenemos que preguntarnos por esta coexistencia. ¿Y en qué se asienta el ser del hombre que se hace estas preguntas?
Parménides asociaba la verdad con el ser y en la antigua Grecia la filosofía era considerada la ciencia de la verdad. Tradicionalmente se ha considerado como verdad la “adaequatio intellectus et res”, es decir, la concordancia del conocimiento con su objeto.
Ya en tiempos de Platón y Aristóteles surgen en Grecia unas escuelas filosóficas que no buscan hacer filosofía entendida como ciencia, sino establecer unas normas para la existencia humana, más o menos filosóficas, más o menos morales, que permitan a los hombres y a las mujeres ser felices. Para ellos una filosofía que no cure las heridas del alma no tiene ningún valor, porque el último fin de la actividad filosófica tiene que ser la felicidad del ser humano. Dos de estas escuelas buscaron la felicidad a través del placer y con ellas nació el hedonismo.
El tema de los valores aparece por primera vez con cierta notoriedad en la historia de la filosofía dentro de la ética del pensador austríaco Franz Brentano (1838-1917). Para Brentano la estimación que nosotros sentimos por las cosas no está fundada en un acto subjetivo nuestro, sino que se basa en la bondad o maldad de las cosas mismas. Cuando percibimos una cosa como buena nos sentimos impulsados a estimarla, con independencia de que nuestra percepción sea acertada o no y con independencia de la conducta que sigamos a continuación. De esta manera Brentano fundamenta su moral en la objetividad.
En su Ética a Nicómaco, Aristóteles nos enseña cómo se puede adquirir y practicar la virtud. Así lo explica en uno de sus párrafos más conocidos: “Aprenderemos una habilidad haciendo repetidamente el producto que queremos hacer cuando la hayamos aprendido. Seremos constructores construyendo y arpistas tocando el arpa, de la misma manera que llegaremos a ser justos haciendo acciones que sean justas, moderados haciendo acciones moderadas y valientes haciendo acciones valientes”.
En su primer viaje a Sicilia, Platón hizo cierta amistad con el rey Dionisio I de Siracusa, autoritario y cruel que gobernaba la ciudad con mano de hierro, a quien conoció a través de un cuñado del rey y amigo suyo llamado Dion. En una charla con Dionisio, a una pregunta del rey sobre lo que había encontrado en Siracusa, Platón le respondió que lo que había encontrado era una tiranía. Dionisio, que esperaba una respuesta elogiosa hacia su persona, montó en cólera y ordenó que lo apresaran, lo llevaran a Egipto y lo vendieran como esclavo, de lo que Platón se escapó por un golpe de suerte.
En el lenguaje ordinario la palabra sustancia tiene varios usos de enorme precisión. Cuando decimos de una comida que es sustanciosa estamos aplicando la palabra sustancia en su principal acepción, pues queremos decir que esa comida es rica en su contenido, que podemos sacar de ella, porque los posee en alto grado, un buen sabor y un elevado valor nutritivo. Y si los podemos sacar de ella es porque ella los tiene, porque son su haber, su patrimonio. La sustancia de algo es pues el haber de ese algo, un haber del que los demás podemos disponer. Para este sentido de la palabra sustancia es para el que los griegos utilizaban la palabra ousía. Pero además la palabra sustancia viene de sub-stantia, que quiere decir lo que está debajo, el substrato de algo, lo que sostiene a otra parte que está por encima que son los accidentes de aquello a lo que nos estamos refiriendo.
Todos en nuestro existir estamos siempre mirando hacia adelante, teniendo que elegir en cada momento una de las posibilidades que nos ofrece la vida, al mismo tiempo que renunciamos a otras alternativas igualmente posibles. Generalmente le damos más importancia a lo que elegimos que a lo que dejamos de lado, pero las dos cosas son importantes. La elección no siempre es fácil. Veamos una teoría llamada de la elección racional, y para que no resulte muy abstracto vamos a hacerlo con un ejemplo.