La libertad como existencial

Heidegger es el filósofo del ser y busca el ser en todo lo que toca. Por eso se aleja de la tradición de identificar sin más la libertad con la voluntad, y aborda el problema de la libertad de manera ontológico-existencial. Al concebir la libertad en términos existenciales y ontológicos, abre el camino hacia una concepción de la libertad como un modo de ser-en-el-mundo.

La libertad no es una propiedad del hombre, sino una “dimensión integral y omnipresente del ser, en referencia a la cual el hombre llega a ser hombre en primer lugar. La esencia del hombre se fundamenta en la libertad”. De esta forma Heidegger manifiesta su deseo de romper con la identificación tradicional de la libertad con la libre voluntad de elección. Para él, la libertad no es un antojo ocasional a la hora de elegir, ni una falta de limitación ante nuestras posibilidades de acción. La libertad del hombre consiste en transformar el mundo en proyecto de sus acciones y de sus posibilidades, y por lo que se refiere a sus relaciones con los entes la define como “el abandono al desvelamiento de lo ente como tal”. Para el hombre el modo de ser de los entes que él utiliza es la de “estar-a-la-mano”, y su relación con ellos la de “dejar-estar”, lo cual implica una “puesta en libertad de lo primeramente a la mano dentro del mundo”. Y la forma de relacionarse del hombre con los entes que de momento no necesita es la de “dejar-ser”, que igualmente pone en libertad al ente, para el que ya ha vislumbrado aquello para lo cual lo pone en libertad.

El tratamiento ontológico de la libertad dimana de la concepción que él tiene del hombre como ser-en-el-mundo. Para Heidegger el mundo no es una totalidad de cosas, sino una totalidad de relaciones. Y el ser-en-el-mundo del hombre es una consecuencia de la aperturidad de la existencia humana, gracias a la cual el ser-en-el-mundo del hombre es un ser-en-el-mundo-con otros. El resultado es que el hombre está abierto al mundo y el mundo está abierto al hombre. Y más aún, el hombre no solo está abierto al mundo, sino que es pura aperturidad. Debido a su aperturidad, la existencia humana tiene un carácter proyectivo, una estructura abierta a una gama de posibilidades, en la cual se fundamenta su propia libertad ontológica, que significa el modo de ser-libre que procede del ser arrojado en una gama definida de posibilidades, consideradas como alternativas ónticas que aguardan su elección. Esta libertad como modo de ser, como proyección arrojada, es la que hace posible la voluntad como facultad de elección o decisión.

La libertad así entendida es como una libertad previa al nacimiento de la voluntad de cada uno. Una libertad hallada en el “compromiso en la revelación de los entes como tales”. Es la libertad de la aperturidad, la libertad de un “comportamiento abierto” hacia el mundo del que carecen tanto los animales como las cosas. Esta es la libertad del hombre, una libertad para el mundo.

La condición existencial de la libertad está muy relacionada con la angustia y con el sentimiento de culpa. En la filosofía de Heidegger la angustia es una disposición afectiva causada simplemente por el hecho de estar-en-el-mundo. Es pues una manera de estar-en-el-mundo que hace que nos sintamos desazonados, provocada porque no somos capaces de ser auténticos y asumir nuestra condición de arrojados a este mundo y tener-que-ser nuestro propio ser en el modo de posibilidad. La angustia arrebata al hombre su capacidad de comprenderse y hace que nos sintamos como si estuviéramos fuera de lugar, en la nada, en ninguna parte. Esta desazón nos persigue, nos amenaza y nos conduce a un estado de aislamiento. Y es en este estado de aislamiento cuando la angustia le muestra al hombre su poder-ser-libre para la libertad de escogerse y tomarse a sí mismo entre manos. Poder-ser-libre para volver al estado de autenticidad en el que se encontraba antes de ser dominado por la angustia. Ese poder-ser-libre tiene su origen en la condición existencial de la libertad de la que brota nuestra voluntad.

En el hombre se produce a veces un sentimiento de culpa existencial debido a que al tener que elegir entre varias posibilidades va dejando siempre otras en el camino, y porque esta elección permanente que nunca se acaba hace que se sienta a la zaga de su propio ser. Ambas sentimientos le revelan su incapacidad para fundamentarse a sí mismo al tiempo que le muestran el carácter ontológico de su libertad de elección. Además, ante este sentimiento de culpa, el hombre siente la interpelación de su conciencia y la acepta como un modo de comprenderse a sí mismo. “Comprender la llamada es elegir -no la conciencia, que, como tal, no puede ser elegida. Lo que se elige es tener conciencia, en cuanto ser-libre para el más propio ser-culpable. Comprender la llamada quiere decir: querer-tener-conciencia”.

Con frecuencia identificamos la libertad con soberanía, y esto es un error, porque, generalmente, cuando así lo hacemos entendemos por soberanía un ideal de autosuficiencia y superioridad, que es incompatible con la idea de pluralidad que corresponde a nuestra condición humana. Ningún hombre puede ser soberano porque a nadie le pertenece la Tierra en exclusividad. La Tierra nos pertenece conjuntamente a todos los hombres que la habitamos.

Fotografía de cabecera: Dos mujeres corriendo en la playa. Picasso 1922

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