La muerte desde la vida

Taj Mahal, La India, Agra, Templo, Tumba, Graves

Una de las formas que tenemos para compartir nuestro ser con el de los demás son los relatos de las vidas ajenas contados por sus protagonistas. Al conocer las experiencias de otros participamos de sus vidas, estrechamos nuestros lazos afectivos y aumentamos nuestro saber. Casi todo lo podemos compartir con otros. Sin embargo, de todas nuestras experiencias hay una que no podemos compartir con nadie, que es la experiencia de la muerte.

Podemos presenciar la muerte de un amigo o un familiar, pero ni uno ni otro podrán contarnos nunca su experiencia de la muerte. Podemos tener la experiencia de haber presenciado la muerte de otro, pero no la experiencia del que muere. Además, aunque nuestro ser es finito e incompleto y lo vamos deplegando mientras existimos, a pesar de que la muerte está justo al final de esta finitud, nunca podremos tener tampoco una experiencia previa de nuestra propia muerte.

Si le preguntamos a un joven por la muerte nos contestará que sabe que morirá, pero “no-todavía”. No le preocupa el tema de la muerte porque ese tramo que tiene por delante aun lo ve muy largo. Sea largo o corto, ¿cómo es ese tramo? Ese tramo que a todos nos queda no es como un saldo pendiente de pago, porque el despliegue del ser que es nuestro existir no es una adición de varios sumandos; tampoco es comparable al tiempo de maduración que le falta a un fruto que está madurando, porque el fruto al completar su maduración alcanza el zénit de su ser, mientras que el hombre no suele morir en la plenitud del desarrollo de su ser, pues unas veces muere sin haberla alcanzado, otras tras haberla superado, y en muchas otras en completa decrepitud y quebranto. Por mucho que busquemos no encontraremos nada parecido al tramo que nos queda por vivir, que es un futuro de posibilidades, entre las cuales, nuestra posibilidad-más-propia, no existente para nadie más, distinta para cada persona, es la posibilidad de nuestra propia muerte.

La muerte no es para nosotros un hecho ciego como es para los animales, sino el cumplimiento de algo esperado. La muerte supone la imposibilidad de tener más posibilidades. Con la muerte culmina el despliegue de nuestro ser, pero justo en ese momento ya no podemos verlo. Por eso, si queremos ver nuestro existir en su totalidad, desde cualquier momento de nuestra vida, tenemos que hacerlo en modo de posibilidad, adelantándonos desde nuestro presente hasta nuestro más-propio-poder-ser que es la muerte. Siendo la muerte nuestra posibilidad más propia, el estar vuelto hacia nuestro más-propio-poder-ser como posibilidad, nos abre también a nuestro más-propio-ser, arrebatándonos de la mediocridad. Por eso, la posibilidad de la muerte es algo insuperable, la más radical entre todas las posibilidades que nos ofrece la vida.

Esta vivencia de la muerte como nuestra posibilidad más propia, no es algo que se nos presente de pronto, sino que nos acompaña con distinta intensidad a lo largo de nuestro existir, aunque no tengamos conciencia expresa de su presencia. A veces puede dar lugar a un sentimiento de angustia, que es una de las manifestaciones más radicales de nuestra disposición afectiva y no debe confundirse con el miedo a dejar de vivir. Pero, poder tener un sentimiento de angustia no significa que tengamos que vivir angustiados.

Las dos características más singulares de la muerte son su certeza y su indeterminación. Una certeza absoluta completamente distinta a las demás certezas que podamos conocer. Como tal no solo condiciona nuestro comportamiento, sino que atañe a la plena propiedad de nuestra existencia, poniendo en evidencia que solo adelantándonos a la muerte como posibilidad podemos ser en nuestra forma más propia. La indeterminación nos deja abierta una amenaza permanente que puede contribuir al fenómeno de la angustia.

Para Heidegger, el hombre que vive consciente de todo esto tiene una vida auténtica. Además, vivir la muerte como posibilidad nos reivindica en nuestra singularidad, pues con la muerte se rompen todas las ataduras que tenemos con el mundo, aunque esta reivindicación se produzca sin que se rompan nuestras estructuras básicas de estar en el mundo y coexistiendo con otros seres como nosotros. Finalmente, el estar vuelto hacia la muerte como posibilidad nos hace más libres para elegir entre nuestras posibilidades, pues lo podemos hacer desde la perspectiva más completa de nuestro propio ser.

Muchos hombres y mujeres viven de espaldas a la muerte. Ese “no- todavía” no es una mera negación, sino un definirse ellos mismos, que prefieren estar afanados en su mediocridad, en su habladuría y su ambigüedad cotidianas, cortando las ataduras del pensamiento de la muerte como algo de lo que hay que huir, como si la certeza de la muerte solo atañera a los demás. Es la forma impropia, banalizada, de saber que vamos a morir.

Tener presente la muerte no es desearla, ni tampoco tener un comportamiento resignado frente a ella. Es una actitud que nos hace más responsables. La muerte, dice Heidegger, es un fenómeno de la vida y no su negación. La muerte no es una amenaza, la muerte es solo una posibilidad que nos abre a la finitud de nuestro existir en este mundo. Por eso, contar con la presencia de la muerte como posibilidad, nos ayuda a salir de la mediocridad y a ser más auténticos, realza nuestra singularidad y nos hace más libres. Recuerdo ahora una frase que conozco desde hace tiempo sin saber quien fue su autor: “Tener conciencia de la muerte te da hambre de vida”.

Fotografía: Pixabay     

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