
La angustia y el miedo son dos modos de disposición afectiva del ser humano. Como a veces se confunden conviene decir algo sobre el miedo antes de entrar en el tema de la angustia. Heidegger nos dice que el miedo tiene el carácter de algo amenazante que viene del exterior, que lo experimentamos como perjudicial para nosotros y que se localiza en alguna zona determinada. Esa zona de procedencia resulta inquietante y la sentimos cerca de nosotros, en una proximidad que parece acercarse cada vez más, aumentando con ello nuestra inquietud a pesar de que sepamos que la amenaza puede no llegar a convertirse en una realidad.
La angustia no es una amenaza que venga del exterior, sino que brota dentro de nosotros mismos. Para Kierkegaard tampoco es algo negativo y surge asociada al concepto de libertad. Nos lo explica utilizando la figura de Adán. Adán vive en el paraíso absolutamente tranquilo y sin ninguna inquietud hasta que Dios le dice que no debe comer de un fruto determinado. Entonces se abre para él la posibilidad de hacerlo o no. Junto al “no debes” de Dios aparece el “yo puedo” de Adán y con la libertad para hacerlo surge la angustiosa posibilidad de poder, en el sentido de «ser capaz de». El estado de absoluto reposo y tranquilidad de Adán se rompe entonces con una inquietud que antes no sentía. En palabras de Kierkegaard “Lo que antes pasaba por delante de la inocencia como la nada de la angustia se le ha metido ahora dentro de él mismo y ahí, en su interior, vuelve a ser una nada, esto es, la angustiosa posibilidad de poder”. Si la amenaza exterior del miedo nos produce siempre una respuesta de rechazo absoluto, la angustia crea en nosotros una sensación a atracción-repulsión que la hace esencialmente ambigua. Kierkegaard lo ilustra con el ejemplo una persona que se asoma a un abismo y siente el vértigo de pensar que si quiere puede dar el salto. No va a hacerlo, pero sabe que lo puede hacer y que en ese momento nadie se lo podría impedir. Ese es el vértigo de la libertad.
Para Heidegger el origen de la angustia, el ante-qué cosa sentimos angustia, tampoco es una amenaza externa como en el caso del miedo. La angustia se caracteriza porque lo amenazante no está en ninguna parte. La angustia ignora aquello por lo que se angustia, pero que no esté en ninguna parte no significa que no sea nada. Su origen se encuentra en el hecho mismo de estar en el mundo. Pero no se trata en concreto de esto o aquello o de todo a modo se suma. El ante qué de la angustia es el mundo mismo. Por eso cuando pasa la angustia solemos decir que no era nada. ¿Y por-qué sentimos angustia al encontrarnos ante el mundo? Porque nos vemos obligados a tener que ser nosotros mismos en todo momento. Sin descanso. Y esta responsabilidad de tener que construir nuestro propio ser nos viene a veces demasiado grande.
La angustia nos desvela a cada uno de nosotros como un ser posible que tiene que ser él mismo desde sí mismo, revelándonos la libertad de escoger. En la angustia uno se siente desazonado, como si estuviera fuera de lugar, en la nada o en ninguna parte. Para quien siente la angustia, ni el mundo ni la coexistencia con los otros puede ofrecerle ya nada. La angustia nos aísla, nos quita la posibilidad de comprendernos a nosotros mismos y nos arroja hacia aquello por lo que nos angustiamos, que es nuestro tener que ser estando ya en el mundo. Y como si se cerrara un círculo, nos encontramos con que aquello por lo que nos angustiamos nos lanza de nuevo hacia aquello ante lo que nos habíamos angustiado.
Casi todas las posibilidades que nos ofrece nuestro existir no tienen el carácter de exclusividad, en el sentido de que también se les ofrecen a otras personas. Por eso, nuestra propia muerte, que no la podemos compartir con nadie, es nuestro poder ser más exclusivo, nuestro poder ser más propio. La angustia que nos produce el pensamiento de la muerte tiene un carácter especial. La angustia ante la muerte no es un estado de ánimo cualquiera, ni una flaqueza accidental del individuo, sino la apertura al hecho de que cada hombre existe como un ser arrojado que vive vuelto hacia su fin.
La angustia no es una disposición afectiva como las demás. Aunque toda disposición afectiva nos abre el mundo en su totalidad, solo en la angustia se da la posibilidad de una apertura privilegiada, porque la angustia nos aísla y este aislamiento puede llevarnos a salir de una posible caída o puede revelarnos la propiedad o impropiedad de nuestro ser.
Fotografía: Cuadro de Adán en el Paraíso
¿Porqué el miedo tiene que ser externo? ¿no existe el miedo a algo interno y propio nuestro y llegar a convertirse en angustia?
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El miedo y la angustia son cosas distintas y por eso Heidegger trata de establecer sus diferencias, derivándolas de su propio sistema filosófico. Comparto con él lo que dice aunque su análisis, como todo, puede ser mejorable. Creo que, por ejemplo, el miedo al cáncer es el miedo a una amenaza externa desde el punto de vista de la mente. Sin embargo, si este miedo se convierte en algo obsesivo y por sus efectos se va transformando en una especie de angustia, su estudio entraría más en el ámbito de la psiquiatría que de la filosofía.
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