
Spinoza define la sustancia como aquello que es en sí y se concibe por sí, como aquello cuyo concepto no necesita del concepto de otra cosa para que podamos entenderlo, y a continuación nos dice que la única sustancia posible es la Naturaleza, que él identifica con Dios en un sistema claramente panteísta.
La Naturaleza se nos manifiesta en todas las cosas que hay a nuestro alrededor, a las que llama afecciones o modos de esa Naturaleza, modos que nosotros solo podemos percibir a través de solo dos de sus infinitos atributos, que son los cuerpos y las ideas, o extensión y pensamiento. Los cuerpos representan la esencia de Dios, la esencia de la Naturaleza, en cuanto se la considera una cosa extensa. Los cuerpos son modos finitos a través de los cuales Dios, la Naturaleza, se expresa bajo el atributo de la extensión.
La definición de idea es más compleja: “Entiendo por idea un concepto de la mente, que la mente forma por ser una cosa pensante”. ¿La mente de quién? Pues si al hablar del cuerpo hablaba de Dios como cosa extensa, ahora las ideas tienen que ser ideas de Dios como cosa pensante. Y lo mismo que nosotros no producimos intencionadamente nuestro cuerpo, tampoco producimos nuestras ideas. Para Spinoza, las ideas son conceptos formados por la mente de Dios o por Dios como cosa pensante. Pero hablar de una idea en sí misma no tiene sentido. Las ideas son siempre ideas de algo. Tienen por lo tanto lo que hoy día llamamos intencionalidad.
Las ideas y las cosas son expresiones de una y la misma realidad. Cada individuo se expresa como un cuerpo extendido y como una idea. De cada cosa hay en Dios una idea, por lo que a cada cosa extensa, un hombre, un árbol o una roca, tiene asignada su correspondiente idea, es decir, tiene una realidad bajo el atributo del pensamiento. Pero, aunque todo tenga su lado mental no todas las mentes son iguales, pues si la mente es la idea del cuerpo, las diferentes mentes son reflejo de la diferencia de los cuerpos en su complejidad. Refiriéndonos al género humano, diremos por lo tanto que la mente de cada uno de nosotros no es sino la idea que tiene Dios de nuestros respectivos cuerpos.
Spinoza es fuertemente determinista. Lo dice él mismo: “Ninguna cosa singular puede existir, ni ser determinada a obrar, si no es determinada a existir y obrar por otra causa, que es también finita y tiene una existencia determinada; y, a su vez, dicha causa no puede tampoco existir, ni ser determinada a existir y obrar si no es por otra, que también es finita y tiene una existencia determinada, y así hasta el infinito”. Este determinismo lo lleva también al plano del conocimiento, pues para conocer algo, nos dice, hay que conocer sus causas. “El conocimiento del efecto depende del conocimiento de la causa y lo implica”. Sin embargo, para Spinoza no hay una relación causal entre las ideas y las cosas. Las ideas no causan cosas físicas y las cosas físicas no causan ideas, por lo que las cadenas causales hacia atrás de causas y efectos entre lo que pensamos y lo que hacemos corren paralelas sin interferirse. Para conocer una cosa tengo que tener una idea de esa cosa y conocer también la causa que la originó, lo que supone tener además una idea de esa causa. Ambas relaciones causales, de cosa a cosa una y de idea a idea otra, corren paralelas pero sin cruzarse.
La mayoría de de los cuerpos de nuestra experiencia son cuerpos compuestos, formados por cuerpos más simples que se comunican entre sí intercambiando sus estados de reposo o movimiento. La comunicación entre las partes de un cuerpo compuesto es constante. Imaginemos, nos dice el profesor Darin McNabb, que las células de nuestro cuerpo tuvieran conciencia. Entonces, cada una de ellas se vería como un individuo frente a las demás. Sin embargo nosotros no las vemos así. Nosotros no las vemos como individuos, sino como partes del individuo que somos cada uno de nosotros. Y lo mismo podría decirse de nosotros mismos desde un punto de vista más amplio. Es decir, nosotros somos partes de un individuo más grande. Tomando cada individuo como parte de un individuo superior, dice Spinoza, “si continuamos así hasta el infinito concebiremos fácilmente que la Naturaleza es un solo individuo, cuyas partes, esto es, todos los cuerpos, varían de infinitas maneras sin cambio alguno del individuo total”. Los cuerpos más sencillos son las partículas y de ellas pasamos a los átomos, las moléculas, las células, los órganos, los organismos, las poblaciones, las comunidades, los ecosistemas, la biosfera, el sistema solar, la galaxia…llegando así a un individuo infinitamente complejo que es la Naturaleza bajo el atributo de la extensión. La misma lógica se da por el lado del pensamiento, de manera que todas las ideas o mentes individuales son partes de esa misma Naturaleza bajo el atributo del pensamiento.
Concluimos, pues, viendo cómo nuestro cuerpo está compuesto por una multitud de cuerpos más pequeños, todos ellos comunicados por una relación de movimiento y reposo que le dan unas capacidades enormes, y que en consecuencia, nuestra mente, que es la idea de ese cuerpo tan complejo, tiene que reflejar ella misma una enorme complejidad, que se traduce en su gran capacidad para la percepción, que nos lleva al conocimiento a través de solo dos de los infinitos atributos de la infinita sustancia que es la naturaleza, que son los atributos de de pensamiento y de extensión.
Sobre la teoría del conocimiento de Spinoza hablaremos otro día.
Fotografía: Hombre de Vitrubio, de Leonardo da Vinci