
El hombre es un ser social. No puede vivir solo. Todo lo que nos rodea en cualquier lugar es testimonio de la presencia de otros hombres. La puesta en evidencia de esta circunstancia es de origen romano, lo que no quiere decir que Platón y Aristóteles no percibieran que el hombre no puede vivir al margen de la compañía de otros seres humanos. Simplemente no consideraron que esta condición fuera algo exclusivo de nuestra especie, ya que la compartimos con otras formas de existencia animal.
En la Grecia clásica pensaban que el hombre que vivía aislado del mundo, retraído y ensimismado era poco menos que un necio. Para los romanos la vida retirada solo se justificaba como algo temporal, como un refugio o descanso de la vida pública. Hoy día, llevar una vida un poco apartada de los otros se asocia más a la esfera de la intimidad. Para Rousseau lo íntimo y lo social eran solo dos modos subjetivos de la existencia humana. El hombre actual parece tener una gran habilidad tanto para adaptarse a cualquier tipo de sociedad como para vivir apartado. Sin embargo, los actos de quien vive abierto a la sociedad son conocidos de todos y pertenecen a lo público, mientras que las acciones de quien vive apartado permanecen en la ocultación y dejan de interesar a los demás.
El crecimiento de la esfera social ha sido sorprendente, hasta el punto de que en ella se asienta lo público. Entre las causas de este crecimiento hay que citar el reconocimiento y la revalorización que ha experimentado la vida familiar en el ámbito público. Durante siglos se consideró que la vida familiar solo pertenecía al ámbito de lo privado y que las actividades que en ella se realizaban eran de poca categoría, ya que se reducían a cubrir las necesidades físicas y biológicas de la vida. En la actualidad, reclamada por la filosofía, la vida ha pasado al primer plano del interés humano, y cuidar la vida está por encima de otros objetivos como el grado de utilidad o felicidad que producen nuestros actos. Esta inversión de valores ha contribuido sin duda al auge de la sociedad, y su crecimiento ha ido devorando las esferas de lo político y lo privado.
Junto al reconocimiento de las tareas domésticas también tuvo lugar el de los trabajos de artesanos y constructores, destinados igualmente a mejorar las condiciones de la vida. Todo ello ha dado lugar a que las sociedades hayan evolucionado transformándose en organizaciones públicas del propio proceso de la vida, como demuestra el hecho, según nos explica Hannah Arendt, de que “en un tiempo relativamente corto la nueva esfera social transformó todas las comunidades modernas en sociedades de trabajadores y empleados; en otras palabras, quedaron enseguida centradas en una actividad necesaria para mantener la vida”. La formación de grandes sociedades favorece, además, su propio crecimiento, ya que permite su estudio científico mediante análisis estadísticos, cuya fiabilidad aumenta con el tamaño de los colectivos estudiados.
En cierta medida la sociedad en la que vivimos nos impone una serie de normas que pretenden que todos seamos más o menos iguales, excluyendo de nuestra conducta acciones espontáneas que rompan los patrones generales, como si fuéramos miembros de una enorme familia con una sola opinión y un solo interés. Con el auge de lo social, con la llegada de la sociedad de masas, lo que hace un individuo para destacar entre los demás pasa a formar parte de sus propios asuntos, mientras que los grupos sociales son cada vez más extensos y numerosos.
Para Hannah Arendt esta igualdad se basa en el conformismo, motivado por el hecho de que los hombres han cambiado su forma de relacionarse. Hemos reemplazando la acción por la conducta. La conducta ha reemplazado a la acción como forma principal de relación humana. Ahora los hombres en vez de actuar se comportan de una determinada manera. Para Arent, este conformismo es inherente a toda sociedad y está fundado en la unicidad de la especie humana que nos guía en busca de un interés y una opinión común. Pero no se debe, como tantas veces se ha dicho desde el liberalismo clásico, a una “armonía de intereses” que pudiera surgir de forma natural movida por una mano invisible.
Si recordamos que para los griegos el trabajo quedaba excluido de la esfera de lo público, tenemos que admitir que, arrastrado por el reconocimiento de la vida, la entrada del trabajo en el ámbito de lo público ha revolucionado por completo el mundo occidental, hasta el punto de que el trabajo ya no está asociado a esfuerzo, sacrificio y dolor, sino que es respetado y querido como algo necesario. Los trabajadores ya no están al margen de la sociedad, sino que, integrados en ella, participan en las tareas colectivas como todos los demás, y su acción política es igual al de cualquier otro grupo.
Este ascenso de lo social no quiere decir que el hombre haya perdido su capacidad de hacer cosas. El hombre, en último término, siempre mostrará su condición de individuo, a la que no puede renunciar. Pero lo hará de forma minoritaria. Seguiremos construyendo y fabricando, pero estas actividades irán quedando en manos de expertos y artistas; seguiremos tomando iniciativas nuevas y renovadoras, pero cada vez más concentradas en manos de los científicos; y seguiremos pensando, pero solo será una élite minoritaria quien practique esta actividad.
Fotografía: Pixabay
Buena reflexión pero un poco triste. Al menos tal como la he sentido al acabar de leer. Parece como que el hombre integral va a desaparecer en aras de una prevalencia de la conducta uniforme de grupo marcada por quien sabe. ¿El artista será sólo artista? ¿El científico sólo científico? ¿El filósofo sólo filósofo? Terrible. Al menos para mi. Un saludo.
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Creo que vamos más bien hacia una sociedad donde unas minorías tendrán opinión propia y conducirán el mundo, mientras que unas mayorías se limitarán a repeitr lo que oyen en tertulias y telediarios que es casi un pensamiento único, o al menos con muy pocos matices. Pero yo creo que esas minorías, aunque corren el riesgo de encasillarse en una excesiva especialización, serán mentes abiertas a todas las áreas del conocimiento humano. Por citar algún ejemplo, recordemos que casi todos los filósofos se han ocupado de la ciencia y son muchos los científicos y técnicos amantes del diseño, la músicca y el arte.
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