La vida activa

Hannah Arendt considera que la vida activa, la vida humana comprometida en hacer algo, se compone de tres actividades, a las que denomina labor, trabajo y acción. Mediante la labor sacamos adelante todas las tareas relacionadas con nuestra supervivencia más elemental, derivadas de nuestros procesos biológicos y ciclos vitales. Mediante el trabajo hacemos objetos y cosas artificiales que incorporamos al mundo que nos rodea y que con frecuencia nos sobreviven durante años. Mediante nuestras acciones mostramos nuestra capacidad para actuar, para empezar o hacer algo nuevo. Estas tres actividades condicionan la vida del hombre. Todos vivimos condicionados por lo que hacemos, aunque las condiciones de la vida humana ni nos condicionan absolutamente ni pueden explicar lo que somos.

En la labor el hombre solo se ocupa de sí mismo, en aquellas cosas que necesita para mantenerse vivo. Marx definió la labor como “el metabolismo del hombre con la naturaleza”. La labor no produce nada permanente. Es puro consumo. Terminada una labor lo que surge de ella es la certeza de tener que repetirla. Los griegos despreciaban las labores porque si se superaban las necesidades vitales existía la posibilidad de optar por otras actividades en las que el hombre podía sentirse más libre. También las rechazaban porque tras el esfuerzo que requerían no dejaban como resultado nada que sobreviviera a su ejecución. De las labores no surgía ningún objeto ni monumento que quedara para la posteridad. Si de ellas nacía algún objeto solo era algo relacionado con su propia ejecución. Por todo esto los antiguos griegos creían que era necesario tener esclavos que atendieran a todas estas ocupaciones útiles y necesarias para el mantenimiento de la vida. No buscaban en los esclavos una mano de obra barata ni un instrumento de explotación en beneficio de sus dueños. Solo buscaban eliminar de sus vidas las labores necesarias para la subsistencia del hombre, que al considerarlas menores quedaban en manos de los esclavos. Aristóteles liberó a sus esclavos en su lecho de muerte.

Junto al animal laborans dedicado a las labores encontramos también al homo faber, al hombre que fabrica, que construye, cuya actividad se denomina trabajo. Éste sí deja objetos duraderos que pasan a formar parte del mundo, aunque esta duración siempre será limitada, ya que todo se agota con el uso. El salto de la labor al trabajo se suele ilustrar con el cultivo del suelo, ligado a los ciclos biológicos de la naturaleza, cuya manipulación tiene al principio todas las características de una labor. Sin embargo, al cabo de muchos años de labor la tierra yerma pasa a transformarse en tierra de cultivo, que queda ahí como un producto que sobrevivirá a los que lo consiguieron. La construcción de objetos requiere siempre de un modelo al que atenerse, que se queda con nosotros cuando los objetos salen al exterior. Si construimos una mesa tendremos que hacerlo conforme al modelo que tenemos de lo que es una mesa, que seguirá ahí después de que llevemos la mesa al mercado para conocer su valor de cambio. Esta noción del modelo tuvo una gran influencia en la doctrina de Platón sobre las ideas eternas. Los griegos, en su período clásico, no apreciaban el trabajo, porque consideraban que el trabajo de las artes y de los oficios, donde el hombre trabajaba con instrumentos y no hacía nada en su propio beneficio salvo el deseo de tener algo más, era una vulgaridad. Este desprecio incluía a los grandes maestros de la escultura y la arquitectura griegas.

La acción tiene su fundamento en la pluralidad de los seres humanos, ya que a través de ella es como más claramente manifestamos nuestras diferencias. Un hombre podría vivir sin laborar ni trabajar si otros lo hicieran por él, pero nunca sin llevar a cabo ninguna acción. Actuar es tomar iniciativas, comenzar algo y hacerlo. Mediante la acción mostramos quienes somos. Nos resulta fácil explicar lo que son las cosas y cuando nos preguntan por alguien solemos contestar definiendo lo que es esa persona por cualidades que seguramente comparte con otras muchas. Sin embargo cuando actuamos ante los demás es cuando verdaderamente mostramos quienes somos, con el riesgo de que es posible que no sepamos cómo ni a quien nos estamos mostrando. Para los griegos de la Grecia clásica la acción era la actividad más noble e importante, pues, junto con el discurso, era un instrumento esencial para participar en las actividades de la vida política de la polis.

En la antigua Grecia, durante un tiempo, la acción, y, en consecuencia, la actividad política, se consideraron muy superiores a la labor y al trabajo. No obstante, tanto Platón como Aristóteles tienden a invertir esta relación entre trabajo y acción a favor del primero. Más tarde también la acción se consideró entre las actividades de la vida ordinaria y se dejó como único modo de vida libre la vida contemplativa. La superioridad de la vida contemplativa sobre la vida activa tuvo su razón de ser en que ningún trabajo salido de la mano del hombre era comparable a la belleza del cosmos, y en el descubrimiento de que la contemplación era una facultad humana distinta del pensamiento y del razonamiento, descubrimiento que se dio en la escuela socrática y que llevó a definir la vida contemplativa como la forma de vida del filósofo. Los hombres de acción y los de pensamiento puro empezaron pronto a tomar caminos diferentes. Para Aristóteles el nous o capacidad para la contemplación era la más alta de las capacidades humanas, incluso por encima del logos y la razón.

Con el avance de la ciencia en la edad moderna, la vida activa pasó a ocupar el lugar preferente que ocupaba anteriormente la vida contemplativa, y el homo faver, el hombre que fabrica y construye cosas, se convirtió en el modelo a seguir: capaz de manejar todos los instrumentos que se iban desarrollando, autónomo, práctico, sin barreras y seguro de sí mismo era el paradigma del progreso y el utilitarismo. Pero el utilitarismo dejó paso a otros valores y cuando lo más valorado por el hombre fue su propia vida, ésta se convirtió en el bien supremo, y su cuidado, el cuidado de la vida individual, en lo más importante para cada uno de nosotros. De esta forma, la labor, aquella actividad que por indigna se dejaba en manos de los esclavos, se pone por delante del trabajo, y el animal laborans por delante del homo faver, mientras que la acción política y la vida contemplativa pasan a los últimos lugares.

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