La condición humana

Cuando Platón analiza al hombre nos dice que su alma tiene tres partes, que son la razón, el espíritu y el apetito. La razón tiene aquí el mismo significado que este término tiene para nosotros. Para Platón esta es la parte del alma que tiene que gobernar nuestros actos.

El espíritu es la parte del alma que sigue fácilmente los dictados de la razón. En ella se albergan atributos como la voluntad o el valor y es la parte del hombre que busca el honor y el respeto y es capaz de indignarse ante la injusticia o el atropello. La tercera parte del alma es el apetito, donde mandan las pasiones y las tendencias más bajas de la condición humana. El apetito es desordenado y opone mucha resistencia a los dictados de la razón. Platón nos presenta así al hombre como un ser cuya razón compara con un auriga que está en lucha constante con el espíritu, caballo dócil al que conduce con facilidad; y con el apetito, caballo salvaje al que no puede doblegar sino con un enorme esfuerzo. El modelo de hombre que nos ofrece Platón es el de un hombre cuya razón está en pugna constante con sus pasiones, siendo sus posibles realidades las que resultan de la habilidad del auriga para dominar al caballo salvaje y del entendimiento de la razón con el espíritu.

En oposición a este tipo de hombre tenemos al hombre de Hobbes. Para Thomas Hobbes, entre los apetitos del ser humano que nos pueden llevar a disputas violentas destacan querer tomar el control de cosas que controlan otras personas, querer conservar el control de las cosas que cada uno tiene y querer buscar a toda costa el respeto y admiración de los demás. Y para evitar estas disputas, que incluso pueden poner en peligro nuestras vidas, no propone que cada uno controle sus propias pasiones, como hacía Platón, sino que propone un contrato social entre todos, un compromiso, en el que cada uno entregue parte de sus libertades a cambio de que se respeten sus intereses. Solo tras este contrato el hombre, el hombre de Hobbes, puede encontrar una estabilidad sin la cual la vida sería “solitaria, pobre, fea, salvaje y corta”. Esto en principio parece bien porque justifica la necesidad de un Estado que nos proteja. Sin embargo, desde un punto de vista humano nos deja un poco insatisfechos, porque este planteamiento se asemeja bastante a un mero cálculo material de coste/beneficio que deja a un lado los valores que Platón consideraba bajo el ámbito del espíritu. De esta forma aseguramos nuestros intereses a costa de nuestra libertad, pero sacrificando un derecho en beneficio de unos intereses que pueden ser más o menos razonables o mezquinos. La razón que en Platón luchaba sola en cada individuo, cuenta ahora con cierto apoyo del Estado, un Estado que no garantiza el control de nuestros peores instintos.

En la marcha de la conciencia tratando de relacionarse con el mundo, un mundo en el que ella misma se encuentra, Hegel retoma la parte del alma que Platón llamó espíritu y que Hobbes no considera, y por eso en su dialéctica va rechazando lo que no encuentra digno o acertado y se enfrenta a instintos tan importantes para él como el deseo. El hombre de Hegel va siempre hacia delante en busca de la verdad. Partiendo de la certeza sensible salta a la percepción, al entendimiento, al estoicismo, al escepticismo, a la razón, al hedonismo y a la religión hasta encontrar la verdad en la sociedad y en la historia. El hombre de Hegel es mucho más complejo que el hombre de Platón o el hombre de Hobbes, porque no se mantiene nunca en el punto de partida y siempre avanza movido por la dialéctica. Sin embargo, como no todos los hombres están capacitados para subir por la escalera de la dialéctica hasta el final, yo creo que Hegel nos deja un modelo de hombre no uniforme que, según su nivel de formación, se corresponde con cada uno de los escalones que nos describe en La Fenomenología del Espíritu, con la característica común de querer ir siempre avanzando en la medida de sus posibilidades.

El hombre de Heidegger es el hombre que busca su ser y el ser de cuanto lo rodea, pero que fácilmente sucumbe a lo que él llama la caída, deviniendo en un hombre gris, que se inhibe de los problemas reales y vive entregado a todos los placeres que le pide su apetito con la única limitación que la sociedad le imponga. De ahí que para Heidegger haya dos tipos de hombres: el hombre propio regido por la razón, que profundiza en todo lo que tiene alrededor, como el sentido de la muerte, qué es la verdad, de dónde viene la angustia o el origen de nuestros sentimientos de culpa; y el hombre impropio, ligero, masificado, de pensamiento domesticado y pocas inquietudes, para el que los valores del espíritu no son prioritarios, que no profundiza en nada y tiene una gran facilidad para mirar siempre para otro lado. Heidegger nos propone que nos mantengamos siempre en la categoría de hombre propio sin que por ello tengamos que renunciar a integrarnos en el mundo.

Yo le pondría un «me gusta» al hombre de Platón que lucha consigo mismo para salir adelante con dignidad, y también al retrato transversal que hemos hecho del hombre de Hegel que refleja en cada escalón un nivel distinto de capacidad o desarrollo, pero siempre con el deseo de ir avanzando. Le haría un comentario admirativo al hombre propio de Heidegger, intelectual puro, maestro, minoritario, pero necesario para desvelarnos la verdad del ser y dar la voz de alarma ante la frivolidad que nos rodea. Y le pondría un «no me gusta» al hombre de Hobbes, que pensando que los hombres somos malos, necesita que el estado lo ayude con el palo alzado como único modo de evitar la guerra de todos contra todos.

Fotografía: Platón, Hobbes, Hegel y Heidegger.

2 respuestas a “La condición humana

  1. Completamente de acuerdo con el último párrafo.
    Me ha gustado mucho el artículo y me ha recordado la lectura del libro «El mundo de Sofía», de Jostein Gaarder ,que me acercó a la filosofía de forma amena.

    Me gusta

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