El sentido de culpa

En la vida ordinaria el sentido de culpa suele asaltarnos por tener alguna cuenta pendiente con alguien o por ser responsables de alguna acción que no nos ha dejado satisfechos conforme a nuestras convicciones morales. En el primer caso el sentido de culpa nos reclama el deber de restituir al otro algo a lo que tiene derecho, y en el segundo la reparación del daño que hayamos podido ocasionar. En ambos casos nos sentimos causantes de una deficiencia en la existencia de otro, y la reparación del daño se hace necesaria siempre que sea posible.

También puede ocurrir que el sentimiento de culpa no tenga una base real que lo sustente y que se trate solo de una exigencia desproporcionada por nuestra parte. Una vez reparado el daño en los primeros supuestos, si es que ha sido posible, y siempre en este último caso, si el sentimiento de culpa se vuelve insistente tenemos que combatirlo perdonándonos a nosotros mismos. Si perdonamos a un amigo o a un familiar, ¿por qué no vamos a perdonarnos también a nosotros mismos si el daño está reparado, es ya irreparable o carece de fundamento? Hacerlo así es la única forma de que este sentimiento de culpa no sea causa de ansiedad o depresiones posteriores.

Pero hay otro sentimiento de culpa de distinta índole que los anteriores. Un sentimiento de culpa existencial enraizado en los fundamentos de nuestra propia existencia, del cual no podemos desprendernos porque forma parte de la estructura de nuestro ser.

Desde que nace hasta que muere el hombre está obligado a tener que ser, está obligado a tener que ir desplegando su propio ser a lo largo de su existencia. Y esto ha de hacerlo todos los días y en cada momento, sin ninguna posibilidad de una pausa o un descanso, pues incluso esta opción sería un acto libre más de su propio quehacer. Con ello no se trata de atender una responsabilidad cualquiera, o de dar cumplimiento a un mandato, sino de algo más profundo, de carácter fundante, porque el hombre es el único fundamento de su propio tener que ser.

Para dar cumplimiento a este tener que ser, el hombre tiene que partir siempre de la situación donde se encuentra, que es la de arrojado en este mundo, un mundo en el que él está consignado y que le ofrece en cada momento una serie de posibilidades entre las cuales tiene que elegir, lo que implica mirar hacia adelante imprimiéndole a sus actos la condición de proyecto con dimensión de futuro. Pero el hombre nunca llega a completar su ser, pues tan pronto como ha abrazado alguna de las posibilidades que tiene delante, se enfrenta de nuevo a su propio tener que ser y así una y otra vez, por lo que siempre va a la zaga de sus propias posibilidades. Resumiendo lo anterior se puede decir que el hombre es el fundamento de su propio tener que ser, fundamento arrojado que se proyecta en las posibilidades que le ofrece el mundo en el que está consignado.

Pero siendo fundamento de su tener que ser y yendo siempre a la zaga de sus posibilidades, el hombre nunca llega a ser radicalmente dueño de su propio ser, que siempre se le muestra inacabado. Esta negación permanente forma parte del sentido existencial de su condición de arrojado y la vive como una nihilidad, un sentirse poca cosa por su incapacidad de hacerse por entero con su propio ser, siempre desplegándose y siempre inacabado.

De forma paralela a esta vivencia como ser arrojado, el hecho de tener que ir eligiendo entre varias posibilidades renunciando siempre a otras muchas, lo que le da a nuestra existencia un sentido de proyecto hacia el futuro, puede causarnos también cierto sentido de culpa por tantas posibles vidas alternativas que vamos dejando por el camino. Esta vivencia tampoco es una nimiedad, ya que este elegir y renunciar forma parte de la estructura de nuestra existencia, y tanta renuncia obligada y continuada la vivimos también como una nihilidad, pues vamos renunciando a tantas cosas que no podemos aprovechar casi nada.

Esto significa que tanto en la estructura de la condición de arrojado como en la de proyecto se da esencialmente una nihilidad, y que el hombre, siendo el fundamento de esta nihilidad, puede vivirla con un sentimiento de culpa. Una culpabilidad incrustada en el fondo de su ser haciendo que se sienta un ser-culpable.

Este análisis existencial no quiere decir que estemos todo el día sufriendo nuestra culpa. El hombre no vive atormentado de esa manera. Pero conviene saber que ese posible sentimiento está ahí, agazapado, para poder identificarlo, valorarlo y obrar en consecuencia cuando sea menester, pues si el sentido de culpabilidad es posible gracias a nuestra disposición afectiva, esa misma disposición afectiva nos permite también superarlo. Además de saber perdonarnos a nosotros mismos, he aquí cuatro reglas sencillas, pero eficientes, para vencer el sentimiento de culpa: borrar de nuestra mente todo lo negativo del pasado; enfocar nuestra vida hacia el presente; sonreír todo lo que podamos mostrando alegría; y mantener y fomentar nuestra predisposición al optimismo.     

Fotografía.- Vidriera de la Catedral de Bruselas

2 respuestas a “El sentido de culpa

    1. Gracias Jesús. Sí, hay cierto contraste entre el análisis existencial que es de Heidegger y las recetas para intentar combatir el sentido de culpa, que son consejos fáciles de aplicar a nivel de consulta de psicólogo.

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