
Cuando Kant se acerca al arte lo hace en primer lugar a través del gusto, ese buen gusto o falta de gusto que todos tenemos, que es un modo de sentir en el que participan todas nuestras capacidades sensoriales individuales, y también las normas y directrices de la comunidad en la que intelectualmente estamos alojados. Desde el gusto define el arte como la representación bella de una cosa, y nos dice que lo bello nos causa un sentimiento de placer por la idoneidad que tiene el objeto representado para nuestra capacidad de conocimiento. El ideal de lo bello se alcanza cuando en lo representado aparece la figura humana, pues entonces quedan unificados en una misma entidad tanto la figura representada como lo que ella nos transmite.
Pero Kant no se queda aquí, pues el arte es más que la representación bella de una cosa. La obra de arte nos habla con un significado bien determinado, porque la obra de arte es también una representación de ideas estéticas, ideas, dice Kant, que brotan del genio. Sin el genio no serían posibles las bellas artes ni el gusto propio capaz de juzgarlas correctamente. A la genialidad de la creación responde la genialidad de la comprensión.
El placer estético que produce una obra de arte da lugar a un acrecentamiento del sentimiento vital, algo que va más allá de nuestra capacidad de conocimiento, algo que hace referencia al espíritu, al espíritu de quien la ha creado y al espíritu de quien la disfruta, convirtiendo así la obra de arte en objeto de una vivencia estética. En la vivencia del arte se actualiza una plenitud de significado que tiene mucho que ver con el sentido de la vida, y esto tiene como consecuencia que el arte auténtico se interprete como arte vivencial.
En su libro Verdad y Método, el filósofo alemán H.G.Gadamer (1900-2002) analiza todos estos planteamientos, que, por haber nacido dentro del idealismo alemán, mantienen una posición subjetiva importante. Gadamer nos propone hacer de la experiencia del arte una forma de conocimiento. Una forma de conocimiento distinta del conocimiento sensorial de la ciencia, distinta del conocimiento racional de lo moral y, en general, distinta de todo conocimiento conceptual. Un conocimiento para buscar la verdad, ese contenido de verdad que como en toda experiencia hay también en la experiencia del arte.
Una obra de arte es como una representación, como una representación, por ejemplo, de teatro. Lo que accede a una representación de teatro es el modo de ser de lo representado, un ser que no tiene ninguna entidad si no se representa, y que cuando se representa nos muestra su verdad. De igual manera el verdadero ser de la obra de arte no se puede separar de su representación, la cual solo responde a la necesidad de que la obra cobre su propia vida. El ser de la obra de arte, como el ser de una representación, es independiente del ser del autor que la creó, del ser del actor que la ejecuta y del ser del espectador que la recibe. La obra de arte es el estar ahí de lo que se representa.
La obra de arte, como la representación escénica, necesita de un espacio público en el que aparecer y ser vista. La obra de arte es algo que se realiza para un espectador, cuyo ser queda condicionado por su asistencia a la representación. Pero un espectador no es un mero curioso. La esencia del espectador consiste en entregarse a la representación olvidándose de sí mismo. El espectador se sitúa fuera de sí mismo, pues esta es la única posibilidad de asistir a algo por entero. Asistir a una representación tiene el carácter de un auto-olvido. Con este auto-olvido el espectador se sumerge en la representación, donde accede a la verdad de su propio mundo. Esta verdad sitúa al hombre frente a sí mismo por lo que, en una especie de viaje de ida y vuelta, lo mismo que lo arrancó de su mismidad y lo llevó al auto-olvido, lo devuelve a la plenitud de su ser.
Para Gadamer, la obra de arte, lejos de ser una cuestión subjetiva dependiente del gusto o el genio, es un modo de comprensión, un lugar privilegiado donde se dan la verdad y el conocimiento. La obra de arte no solo nos descubre su ser, sino que nos enfrenta con nosotros mismos haciéndonos mejores y descubriéndonos nuestro deber ser. Por su libertad imaginativa, más allá de lo puramente sensorial, la obra de arte pretende una verdad propia que nosotros podemos escuchar. Cuando una obra de arte representa a un ente genera un acrecentamiento de su ser, pues en ella su propio ser confluye con el ser de lo representado. La obra de arte profundiza en el conocimiento que tenemos de nosotros mismos y en el conocimiento que tenemos del mundo. Finalmente se puede decir que la obra de arte tiene algo de testimonio histórico, pues lo que en ella nos sale al encuentro es nuestro propio mundo, un mundo que ya conocemos a través de nuestras tradiciones.
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