
René Descartes, (1596-1650), fue un hombre que se interesó por todo el conocimiento de su época, y por eso nos dejó textos de matemáticas, biología, física, teología y, sobre todo, filosofía. Ansioso por conocer el mundo se alistó como soldado y gracias a ello pudo conocer Alemania, Austria, Dinamarca, Hungría, Suiza e Italia, además de su Francia natal, Holanda, donde vivió bastantes años, y Suecia, donde murió siendo invitado de la reina Cristina. Con descartes se inicia la filosofía moderna, y con ella un largo período de gran fecundidad filosófica.
Para hacer filosofía Descartes se plantea el método de la duda, y decide tomar como verdadero solo aquello que su razón, y no sus sentidos, considere evidente. Cuando lo encuentra nos lo cuenta de la siguiente manera: “Mientras quería pensar así que todo era falso, era menester necesariamente que yo, que lo pensaba, fuese algo; y observando que esta verdad: pienso, luego soy, era tan firme y tan segura que todas las más extravagantes suposiciones de los escépticos no eran capaces de quebrantarla, juzgué que podía admitirla sin escrúpulo como el primer principio de la filosofía que buscaba”. De esta forma Descartes queda atrapado en su propio yo como conciencia, y la filosofía, partiendo así del sujeto pensante y su razón, además de racionalismo pasa a ser también idealismo.
Descartes no puede quedarse ahí, en su verdad, porque a él le interesa el mundo. Pero siendo el hombre sustancia pensante, considera que el mundo de las cosas, que son simplemente extensión, es sustancia extensa, y que estas dos sustancias son dos realidades distintas que necesitan comunicarse, aunque él mismo parece haber colocado un abismo entre ambas. Para salvar este abismo Descartes necesita a Dios, que lo hará posible gracias a que Dios es sustancia infinita. Descartes salva la situación demostrando la existencia de Dios con una variante del argumento conocido como argumento ontológico, y con ello elimina también la posibilidad de que un ente maligno nos induzca al engaño, que era otra de sus preocupaciones.
Desde que descartes la puso sobre la mesa, esta relación del hombre con el mundo ha dado mucho que pensar en la historia de la filosofía, pues encierra una de las claves principales de nuestra existencia.
Heidegger le concede a Descartes el mérito de haber separado entre sí al hombre y al mundo, pero su posición está en el extremo contrario. El hombre está abierto al mundo y el mundo está abierto para el hombre. En el mundo no existe nada aislado porque todo está relacionado. Mi bolígrafo no está ahí solo, sino que forma parte de mi escritorio. Mi martillo tampoco está solo, porque es un útil más de mi caja de herramientas. Y ambos, escritorio y caja de herramientas, me sirven conjuntamente cuando tengo que hacer algunos trabajos. Todas las cosas están conectadas por cadenas de relaciones que siempre terminan a disposición del hombre. Además, la física nos enseña que todas las cosas están intercambiándose información permanentemente por medio de las radiaciones electromagnéticas que emiten, y que todas, de forma conjunta, son la energía del universo y están unidas por la gravedad. A esta inmensa conectividad entre todas las cosas la llamó Heidegger estar-en-respectividad, y a la forma de estar disponibles para el hombre los útiles que necesita la llamó estar-a-la-mano. El ser de las cosas es estar-en-respectividad, y el modo de ser de los útiles que están a nuestra disposición es estar-a-la-mano.
Para el hombre todas las cosas son útiles a su disposición, posibles útiles o cosas inútiles. La posición del hombre ante los útiles que están-a-la-mano es dejarlos-estar para cuando los necesitemos; la posición del hombre ante un posible útil nuevo, hasta ahora desconocido, es dejarlo-ser para que alcance su plenitud y pueda comparecer como útil que-está-a-la-mano; y, finalmente, su posición ante una cosa inútil es dejarla estar-ahí donde quiera que se encuentre.
En la totalidad respeccional, los respectos están relacionados entre sí como una totalidad originaria cuyo carácter respeccional se vuelve hacia nosotros mostrándonos el verdadero significado del mundo. A este mostrar por parte del mundo al hombre un significado que éste comprende lo llama Heidegger significar, y a su fundamento significatividad. La significatividad es lo que nos permite ir descubriendo los entes que comparecen en el mundo en su modo de ser de estar-a-la-mano. Así es como podemos ir descubriendo las cosas en-sí, quedando consignados cada uno de nosotros al mundo que vamos descubriendo, que es algo individual distinto para cada cual. La significatividad no solo nos abre el mundo en su totalidad, sino que, además, nos permite ir descubriendo significaciones nuevas.
Creo que este pequeño resumen nos libera de ese pozo de dudas en el que se metió Descartes, con una de las sentencias más simples y famosas del mundo: pienso, luego existo.
Fotografía: Pixabay
Enrique ,en este momento que estoy intentando estudiar a Descartes ha sido de gran ayuda. Tus comentarios de filosofía me resultan muy interesantes ,aunque me encuentro muy lejos de donde quisiera encontrarme.Bsssss
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Gracias Elvira, reflexionar siempre es bueno, y por eso la filosofía nos hace mejores.
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