
El tema de los valores aparece por primera vez con cierta notoriedad en la historia de la filosofía dentro de la ética del pensador austríaco Franz Brentano (1838-1917). Para Brentano la estimación que nosotros sentimos por las cosas no está fundada en un acto subjetivo nuestro, sino que se basa en la bondad o maldad de las cosas mismas. Cuando percibimos una cosa como buena nos sentimos impulsados a estimarla, con independencia de que nuestra percepción sea acertada o no y con independencia de la conducta que sigamos a continuación. De esta manera Brentano fundamenta su moral en la objetividad.
Para otros filósofos el sentido es el contrario: nosotros no estimamos las cosas porque tengan un valor, sino que tienen un valor porque nosotros las estimamos. Así pues, el valor de las cosas no está en las cosas mismas sino en nosotros. Para Meinong (1853-1920) el valor de las cosas depende del agrado que nos producen y para Ehrenfels (1859-1932) las cosas son valiosas porque las deseamos.
Uno de los filósofos que más ha profundizado en la teoría de los valores ha sido Max Scheler (1874-1928), que interesado siempre por la vida espiritual focalizó mucho su atención en el mundo de las emociones. Su teoría del valor la desarrolla desde la fenomenología, que es un método para hacer filosofía en virtud del cual captamos mediante la percepción la esencia de los objetos que tenemos delante, que es algo así como una síntesis de sus notas esenciales fundamentándose mutuamente unas con otras, para, a continuación, hacer de esa percepción una vivencia de nuestra conciencia. De esta manera el objeto se queda fuera de nosotros y nosotros nos quedamos con la esencia de una vivencia que apunta hacia él.
Para Scheler los valores se captan por una aprehensión inmediata a través de la intuición emocional que, como toda intuición, se da por sí misma sin necesidad de que ninguna estructura mental la provoque. Al contrario de los objetos, los valores ya son esencias en sí mismos, y en consecuencia se nos manifiestan como objetos ideales y no empíricos, dando lugar a un conocimiento a priori y universal. A priori porque describe solo esencias, objetos ideales, y universal porque se refiere a todas las vivencias.
Scheler considera que el a priori es un dato objetivo, no una actividad del sujeto, y lo identifica con las esencias mismas dadas en la fenomenología. En el caso de la vida emocional y los sentimientos estas esencias son los valores. Esto quiere decir que además del apriorismo racional existe también un apriorismo emocional cuyo contenido son los valores. De esta forma Scheler revaloriza el sentimiento y la vida emocional, no en cuanto tales sino en cuanto que expresan valores objetivos, considerando estos valores, por ser esencias, como absolutos, universales e inmutables. Para él los valores no remiten a ninguna otra cosa ni necesitan apoyo alguno de nada, pues se cumplen plenamente en sí mismos y son ellos los que sí influyen en todo lo que con ellos se relaciona.
Las esencias o los valores de Scheler, como las ideas de Platón, son anteriores a las cosas y a su experiencia y no están ligados a los hechos. Las cosas y los hechos pasan, pero los valores que en ellos se expresan permanecen idénticos a sí mismos. Como escribe el mismo Scheler “el sentimiento, la predilección, el amor y el odio, tienen su propio contenido apriorístico, que es tan independiente de toda experiencia inductiva como las puras leyes del pensamiento”. Por lo tanto, podemos decir que los valores son a priori y están fuera de la razón, y que la razón es ajena a este a priori emocional.
Scheler analiza los valores con detalle. En primer lugar, distingue entre bien y valor. El bien es la encarnación y el hacerse efectivo de los valores sin que los valores se agoten en ello. También distingue entre deber y valor, pronunciándose por una ética basada en el valor y no en un deber imperativo; el deber es como un intermediario entre el valor y la acción que lo expresa. La jerarquía de los valores la estudia distribuyéndolos en tres niveles: valores asociados a la sensibilidad, como como agradable/desagradable; valores vitales, como salud y enfermedad; y valores relacionados con el espíritu, como justo/injusto. Con relación a los posibles portadores de valores diferencia los correspondientes a las personas y los correspondientes a las cosas, señalando entre los primeros al amor como el valor más sublime. Finalmente, señala también que a los valores les corresponde además el carácter de históricos, por cuanto se van manifestando en el desarrollo de los acontecimientos, lo que no quiere decir que se vayan creando en ese acontecer, sino simplemente que en él se van descubriendo.
La espiritualidad, la vida emocional y los valores no son ajenos a las religiones, pero tampoco se identifican con ellas. El Dalai Lama, en su libro El arte de vivir en el nuevo milenio, después de hablar de los soportes de las religiones, como la fe, la salvación etc., nos dice: «La espiritualidad, en cambio, me parece algo relacionado con las cualidades del espíritu humano, como son el amor y la compasión, la paciencia, la tolerancia, el perdón, la contención, el sentido de la responsabilidad, el sentido de la armonía, etcétera, que portan la felicidad tanto a uno mismo como a los demás».
Fotografía, Pixabay
Querido amigo Enrique, enhorabuena por la entrada de Los Valores. Me ha gustado el enfoque que le has dado. Espero que tu la familia extensa se encuentre bien. También deseo que el próximo año sea para todos menos complicado. La nuestra, afortunadamente, no va mal Un fuerte abrazo con Felicidades navideñas para ti y Pilar, Pepe y Mari
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