
Ya hemos visto que en filosofía se puede abordar un razonamiento según el sentido común de cada uno o bien siguiendo metodologías deasrrolladas por otros. Entre éstas ya hemos mencionado la fenomenología, el análisis lógico o la dialéctica. Hoy vamos a hablar de Derrida, que introdujo la palabra y el método de la deconstrucción.
Jacques Derrida (1930/2004), francés nacido en Argelia, es uno de los filósofos importantes del siglo veinte. Sus libros son difíciles de leer y hay quien opina que escribe de manera deliberadamente difícil. Le gusta buscar las paradojas y las contradicciones de los textos que examina. Aunque es su método de trabajo, nunca quiso definir qué es la deconstrucción, que consiste, más o menos, en desmontar el pensamiento de otro filósofo y volver a reconstruir su sistema con criterios propios diferentes de los originales. Por ejemplo, Derrida desmonta las cuestiones planteadas por el lingüista y filósofo suizo Ferdinand Saussure y a partir de ahí construye su propia teoría sobre el lenguaje. Hoy día, la palabra deconstrucción ha saltado al lenguaje común y se aplica también fuera del ámbito filosófico.
En su análisis lingüístico, Saussure mantiene que el signo se compone de dos caras que son el significante y el significado. El significante es la forma que utilizamos para escribirlo: gato. El significado es la realidad a la que el significante nos remite.
Derrida piensa que esto no es así, porque si buscamos en un diccionario el significado de gato, no nos lleva a la realidad de lo que es un gato, sino a otros significantes como mamífero, félido o doméstico que, continuando con el proceso, formarían una cadena infinita.
En el signo no se dan un significante y un significado, sino tan solo una cadena de significantes. A través del lenguaje no se llega a la realidad, pues tan solo vamos sustituyendo una palabra por otra, dejando a la realidad eternamente diferida por la cadena de significantes. Con esto empezamos a comprender una frase suya que se ha hecho famosa que dice que “no hay nada fuera del texto”.
Derrida también practica la deconstrucción con el tema desarrollado por los estructuralistas de las parejas de palabras como: superior-inferior, cocido-crudo, habla-escritura. Derrida dice que generalmente estas parejas presentan a una de las opciones como algo mejor que la otra. Esto ya lo había señalado Nietzsche que lo había explicado con la pareja Apolíneo-Dionisíaco que valora mejor al primero, atribuyendo estas preferencias a criterios moralizantes. Ante la pareja habla-escritura los estructuralistas habían considerado al habla como algo superior a la escritura, dado que el hombre aprendió a hablar antes que a escribir y, además, porque el habla refleja mejor la realidad. Derrida no lo ve así, porque eso implica que el pensamiento refleja la realidad y supone tratar al habla como si fuera el significante de un significado que es el pensamiento, y a la escritura como si fuera el significante del significante que es el habla, lo cual da una clara primacía al habla sobre la escritura, como si la escritura estuviera más alejada del pensamiento que el habla. Derrida, que ya ha demostrado que en el signo solo existe una cadena de significantes que no nos lleva a la realidad, dice que la escritura describe al lenguaje mejor de lo que lo hace el habla, y señala como argumento las palabras que suenan igual pero pueden ser diferenciadas por su escritura.
Otra consideración que nos muestra Derrida al tratar de la diferenciación entre palabras es el concepto de huella. Cuando escribimos un texto utilizamos unas palabras determinadas elegidas entre otras posibles, y dice Derrida que ese texto que nosotros escribimos, contiene las palabras elegidas y también la huella de las que no hemos elegido, por lo que todo está contenido en el texto, reiterando la frase ya citada de “no hay nada fuera del texto”. Por lo tanto no solo no hay nada fuera del texto por la ausencia de significados, sino también porque en el texto que tenemos delante, además de los significantes elegidos está también la huella de los que no están.
Todo esto tiene una aplicación directa en el análisis y la interpretación de textos, pero también en la forma de hacer filosofía. Derrida no solo se negaba a definir qué es la deconstrucción, sino también cualquier otra cosa. Él pensaba que al definir algo estamos apostando por solo una de sus manifestaciones, y por lo tanto lo estamos acotando, y en vez de acercarnos a la realidad a través de la definición como pensaba Sócrates, nos alejamos ella. Para Derrida la metafísica es la búsqueda de un significado trascendental para asignárselo a un concepto como Dios o el hombre, pero también aquí se encuentra con la imposibilidad de alcanzar un significado, en cuyo lugar solo tendremos una cadena de significantes, punto del que nunca se aleja.
El tema del tiempo, que le preocupa después de estudiar a Heidegger, lo aborda en lo que llama la filosofía de la presencia, que también aplica al binomio ya mencionado de habla y escritura. El habla refleja presencia del hablante, inmediatez del mensaje y la certeza de que el mensaje no se pierde. Por el contrario, en la escritura el autor no está presente y el mensaje queda diferido y se puede malinterpretar.
Practicando la deconstrucción a varios filósofos, Derrida desmonta sus filosofías, les da la vuelta y surge así algo nuevo. Con la deconstrucción desestabiliza lo que hemos recibido de otros para descubrirnos qué hay detrás de sus mensajes. Nos pone delante paradojas y contradicciones, pero no nos dice lo que tenemos que hacer, porque solo pretende poner al alcance de todos estas paradojas y contradicciones fruto de determinados intereses. Como todo son constructos la deconstrucción siempre es posible.
Figura de cabecera: Cuadro de Juan Gris.