El tema del sujeto en el s. XX

Durante el siglo veinte, gracias a los filósofos analíticos y los filósofos continentales, el papel del sujeto en la filosofía cobra un valor relevante. El problema inicial es el siguiente: ¿Influye la presencia del sujeto en la objetividad del conocimiento que le proporciona su propia experiencia? ¿Queda el objeto contaminado por la mera presencia del sujeto que lo observa?

Los filósofos continentales piensan que sí, que el sujeto participa en la formación de los objetos condicionando el saber, y que éste es un dato que siempre hay que tener en cuenta. En el extremo contrario, los filósofos analíticos obvian esta circunstancia mediante el uso de una lógica racional que evita toda posible contaminación del objeto por parte del sujeto observador.

Cuando llegamos al siglo veinte, ya Descartes había definido y separado al sujeto pensante de las cosas extensas que lo rodean; el idealismo de Kant había dejado clara la diferencia entre la cosa en sí y la cosa que el sujeto conoce al observarla a través de sus propias categorías; Kierkegaard había visto en el hombre a un ente dominado por su dependencia de Dios; para Marx, el yo de cada uno es diferente del de los demás porque está definido por condiciones materiales como la historia o la estructura económica de su tiempo; para Nietzsche, el sujeto es solo un conjunto de máscaras que nos vamos poniendo para que nuestro yo resulte plausible para nosotros mismos y para los demás; y, desde el psicoanálisis, Freud había roto la unidad del sujeto al hablar del ello, el yo y el super-yo y también su independencia al considerarlo dominado por sus propios desos y sus propias pasiones. Veamos un resumen de cómo se responde a todo esto a lo largo del siglo veinte.

Durante el siglo veinte se hace una fuerte crítica del sujeto, siendo Frege y Heidegger, cada uno en su ámbito, quienes abren los dos caminos de la interpretación del sujeto que corresponden a los filósofos analíticos y continentales respectivamente. La primera crítica importante al idealismo es la que hace Husserl desde la fenomenología, pues al aplicar la reducción fenomenológica deja a las cosas en suspenso, como entre paréntesis, para que sean ellas las que hablen a la autoconsciencia mostrándose así mismas en una especie de auto-desvelamiento. Para Heidegger esto no resuelve el problema si las cosas se muestran a la autoconsciencia y para evitarlo desplaza el análisis fenomenológico al terreno de la existencia y la ontología. Así, el sujeto pierde su papel constituyente y determinante en la experiencia, quedando dotado solamente de existencia para manifestarse a través de una reflexión radical sobre el sentido del ser. El sujeto queda ubicado frente a los entes y concibe su propia peculiaridad como una especie de responsabilidad exclusiva en la auto-presentación de las cosas, como elemento indispensable para que ellas abran su ser, que es el mundo dotado de valores y significados. El sujeto queda así descalificado como fundamento de la presencia de las cosas. Lo esencial, dice Heidegger, es el ser, no el hombre.

La Escuela de Frankfurt (Horkheimer, Adorno, Marcuse y otros) defiende un sujeto en el que se imponga la razón crítica y en el que impere la oposición a cualquier tipo de sometimiento, capaz de aprovechar todas las posibilidades que se le ofrezcan para emanciparse. Carla D’Agostini nos explica que para estos filósofos el sujeto del siglo veinte vivía en una aparente libertad democrática, solo aparente, que encubría formas sutiles y venenosas de represión. Por eso lo verdaderamente importante es liberarlo de esa opresión, y defienden un sujeto crítico y autocrítico dispuesto a rechazarse incluso a sí mismo, contrario a todo tipo de autoritarismo, incluido el representado por el dominio de la autoconsciencia idealista.

La postura de Gadamer es también muy interesante. En primer lugar porque admite que en el sujeto existen siempre prejuicios y expectativas anteriores al conocimiento, pero que ambas ejercen un papel positivo en la interpretación de la realidad. La contaminación del sujeto cuando pregunta es la condición que nos permite comprender la respuesta. Por eso el único modo de llegar a una comprensión lo más objetiva posible es ser consciente de estos prejuicios. El prejuicio más cegador, dice Gadamer, es la ausencia de prejuicios. Por otra parte, Gadamer, en su hermenéutica, concibe la experiencia como un diálogo, un diálogo entre el sujeto y la cosa, como si ésta estuviera dotada de vida y expresividad propias. Cuando esto sucede, la verdad aparece como una forma de participación, y el sujeto queda atrapado en su propia experiencia, en su interpretación de la realidad, de forma parecida a como quedamos a veces atrapados al contemplar una obra de arte.

Para los filósofos analíticos el factor del sujeto no era un factor tan relevante como para los continentales, aunque sí un elemento de distorsión que podía introducir algunos rasgos relativistas en la objetividad de la experiencia. El recurso al análisis lógico-lingüístico que ellos practicaban, suponía un desplazamiento hacia una perspectiva extra-psicológica, que descartaba cualquier referencia a posibles motivos intencionales o mentales en la explicación de la experiencia, lo que les condujo a la superación del sujeto mediante la aplicación de filosofías anti-subjetivas que llevaron a cabo por dos vías diferentes: bien orientándolas a través de un sentido absolutamente realista-empirista, o bien en un sentido anti-científico. La primera estaba relacionada con el debate sobre la ciencia y el empirismo científico. La segunda se desarrolló en el ámbito del problema filosófico del lenguaje.

Fotografía: Mujeres y hombres del siglo XX vistos por Modigliani, Picasso, Klee y Romero de Torres

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