
Para el filósofo José Gómez Caffarena (1925-2013), nuestra realidad personal está insertada dentro de un mundo también real, junto a otras realidades también personales. En este entorno de realidades, la nuestra es para nosotros algo más que las otras realidades, es nuestra realidad radical. Esta realidad radical tiene una dimensión existencial de incertidumbre, en virtud de la cual no podemos dejar de plantearnos el por qué y el para qué de nuestra existencia, moviéndonos siempre hacia la búsqueda de su sentido.
Aunque a estas cuestiones del por qué y el para qué responden la ciencia y la técnica, tratando así de dar respuesta a la curiosidad y a la demanda de utilidad del hombre, cuando nos las planteamos desde el punto de vista del sentido tienen una mayor hondura. Tienen, dice Caffarena, ambición de totalidad, tratando de envolver no solo a nuestra existencia propia, sino también a toda la realidad humana y a toda la realidad integral. El por qué y el para qué se convierten de esta forma en el por qué todo y el para qué todo.
La interrogación por el sentido tiene su origen en un sentimiento de angustia, ligado casi siempre a situaciones de fracaso, culpa, dolor o incertidumbre ante la muerte. Aunque la búsqueda de sentido tiene un pie en el pasado, donde buscamos nuestra razón de ser y estar aquí arrojados, y otro pie en el futuro en busca de una finalidad, es en la vivencia del presente donde se sitúa la percepción de lo positivo y negativo que nos ofrece la búsqueda de sentido. También existe como posibilidad la opción de no buscarle ningún sentido a nuestra existencia.
Lo opuesto a la opción de sentido es el absurdo. Albert Camus y Jean-Paul Sartre defendieron esta opción. En el mundo no existen el mal absoluto ni el dolor absoluto, pues de ser así no existirían ni el bien ni el consuelo. Pero la existencia del mal es una realidad. Una realidad que está presente en nuestras vidas y que el hombre nunca ha podido aceptar. Para Camus la existencia del mal supone una frustración radical que lo lleva al absurdo. El hombre busca la felicidad y encuentra el absurdo. El mito de Sísifo es un reflejo de este absurdo. Sísifo, rey de Corinto, es condenado por los dioses a subir una roca desde la falda de una montaña hasta su cima, desde donde rueda de nuevo hacia abajo para que Sísifo la vuelva a subir. Y así siempre, en un esfuerzo inútil que representa la encarnación del absurdo. Camus nos presenta también el dolor del mundo en su novela La peste. Estamos en estado de peste, nos dice, para volver al absurdo y a la irracionalidad de la vida. Pero en la lucha entre el absurdo y la creencia en un Dios que permite el mal, Camus encuentra una salida para el hombre en la rebelión a través de la solidaridad. Una solidaridad capaz de unir a los hombres contra el absurdo.
La posición de Sartre es distinta. Más filosófica. Por una parte, tenemos frente a nosotros las cosas, sustancias inertes, entes que no cambian, ya terminados, cada uno de los cuales, bajo la mirada de nuestra conciencia adquiere la categoría de “ser”, a la que Sartre denomina ser-en-sí. La persona humana, además de una sustancia corporal tiene conciencia, y por eso Sartre, para diferenciarlo de las cosas, dice que el hombre es un ser-para-sí. Pero, ¿cuál es la sustancia de la conciencia? La conciencia no tiene sustancia, por lo que tiene que crearse a sí misma partiendo de la nada, y eso es lo que nos empuja en cada momento a tomar decisiones que nos afectan a nosotros mismos y a todos los demás hombres, viéndonos obligados a ser libres. Que el hombre vaya haciendo su vida optando en libertad entre las opciones que la vida le ofrece no es ninguna novedad. Lo que Sartre añade es que la obligación de ser libres, más que una obligación es una condena, porque el hombre carece de referencias que le garanticen el acierto de sus decisiones, y la libertad siempre está limitada porque cada hombre intenta doblegar la libertad del otro. Por todo ello la vida se convierte en algo fútil y absurdo, y este absurdo no tiene salida, pues con estas premisas la nada inicial de la conciencia no puede dejar de ser nada, y el hombre se convierte en la nada de su conciencia y la masividad de su cuerpo. Materialismo puro. Mientras Camus encontró la redención del hombre en la solidaridad, Sartre no puede redimirlo y se mantiene en el absurdo, porque para él, además, el hombre es un lobo para el hombre. El infierno…son los otros.
La misma declaración del absurdo parece encerrar una contradicción, pues no puede ser absurdo aquello que nos permite razonar sobre su absurdidad. Como el escéptico que no cree en nada, pero lo afirma como una verdad. Caffarena nos dice que, aunque la realidad radical que es el hombre es una realidad esencialmente abierta, y la solidaridad con los otros puede ayudarnos a buscarlo, el sentido es algo que tenemos que encontrarlo en cada uno de nosotros, y nosotros no nos vivimos como absurdos. Mi vida personal no es algo absurdo. Vivir, en la acepción del proyecto vital de Ortega, ya es ir proclamando que tenemos sentido. Incluso la expresión “tener sentido” la hemos sacado de la vida misma. Se trata pues de un reconocimiento vital del sentido. Esto no significa que el mal no esté en nuestro camino. El mal está ahí, pero nosotros no estamos condenados a una frustración permanente. Por eso, a medida que vamos desplegando nuestro ser en nuestro existir, vamos también dándole sentido a nuestra propia vida, y cuando somos conscientes de haber acertado, comprendemos que ese era el sentido que la vida nos pedía.