
Aristóteles definió el tiempo como “lo numerado en el movimiento que comparece en el horizonte de lo anterior y lo posterior”. Se trata pues de una sucesión de “ahoras” que van abriendo un futuro y van dejando atrás un pasado.
La percepción más común del tiempo es la de asociarlo a la duración de algo, como si fuera una cosa que está ahí y se mide con un reloj, lo mismo que puede estar ahí un saco de patatas cuyo peso se mide con una báscula. Esto tiene un sentido práctico, pero no responde a la realidad. El tiempo es algo que todos llevamos dentro y solo existe en nuestro interior. Nosotros no podemos concebir nada fuera del tiempo porque en él ordenamos todo lo que nos pasa y en él alojamos nuestras vivencias. El tiempo tiene su origen en una cualidad existencial nuestra que llamamos temporalidad. Antes de nada, el tiempo es tiempo existencial y condiciona y da sentido a nuestra forma de relacionarnos con el mundo.
Nuestra forma de estar en el mundo admite muchas modalidades, pero todas tiene algo en común para cualquier hombre de cualquier condición, que es estar siempre ocupándonos de algo. A nuestra forma de estar ocupados la llama Heidegger el cuidado, recordando la fábula en la que los dioses, tras una disputa, encomiendan a Cura el cuerpo del hombre mientras viva. La estructura del cuidado condiciona la manera que tenemos de ocuparnos de las cosas, que no es otra que vivir el presente, coexistiendo con otros hombres y mujeres, mirando siempre hacia adelante, hacia el futuro, y ateniéndonos a la situación en la que nos encontramos debida a nuestro pasado.
Esta estructura del cuidado no significa que pasemos de forma sucesiva del pasado al presente o al futuro según se nos antoje. No. Precisamente lo que le da sentido al cuidado es la temporalidad o temporeidad, en virtud de la cual, en cada momento del presente, en cada ahora, el futuro está dejando de serlo y se va convirtiendo en pasado. De esta forma el cuidado se muestra como algo unitario y podemos decir que en cada instante el futuro está siendo sido. Lo mismo que en el mundo de la ciencia las antiguas tres dimensiones del espacio pierden su independencia articuladas por el tiempo relativista, la temporalidad, como cualidad existencial del ser humano, unifica y da sentido al cuidado, articulando en uno solo los tres tiempos de pasado, presente y futuro. Al darle sentido al cuidado, la temporalidad le da sentido a nuestro ser y le imprime el carácter de estar existiendo en el tiempo. La temporalidad no es tiempo, pero se despliega como tiempo. Por eso, para nosotros el futuro se presenta en forma de posibilidad, una posibilidad que nos ofrece un poder ser y desde la cual tenemos que retornar siempre a nosotros mismos; el pasado nos ofrece un horizonte de haber sido y nos hace aceptar, asumir con responsabilidad, el hombre que somos en cada momento; y el presente queda definido por el instante, abarcando desde él todo aquello en medio de lo cual nos encontramos, a la vez que desde él proyectamos nuestro futuro y asumimos lo que hemos sido.
La temporalidad es por lo tanto algo que llevamos incorporado a nuestro existir, una cualidad existencial que condiciona nuestra forma de estar en el mundo, de la cual no podemos desprendernos. Es por eso, por lo que cuando el hombre va creando el lenguaje no puede evitar hacer referencia al pasado, presente y futuro, y tiene que crear expresiones como “antes cuando…”, “ahora que… “ o “luego cuando…”, que claramente muestran nuestra necesidad de datar nuestras acciones en la estructura del cuidado, y que no hacen sino confirmar que nuestra temporalidad se manifiesta desplegándose en lo que llamamos tiempo, ya que estos tres momentos del antes, ahora y luego son ellos mismos tiempo.
Pero estas expresiones pronto nos resultaron insuficientes para nuestro quehacer de cada día, y el hombre se vio en la necesidad de medir el tiempo para sobrevivir. Los ciclos debidos a la rotación y a la órbita de la tierra ayudaron mucho, y pronto surgieron expresiones como “mañana cuando salga el sol” o “cuando vuelvan las nieves”, expresiones que ya no brotan de la temporalidad, como el antes, ahora y luego, sino de la necesidad. Así nace lo que ahora conocemos como tiempo, que es un tiempo tematizado, común para todos, mensurable y público. Esta medida del tiempo basada en la rotación y la órbita de la tierra es algo que cualquiera puede realizar y en la que básicamente todos estamos de acuerdo. En consecuencia, el concepto de tiempo como lo concebimos normalmente es algo que ha surgido de la temporalidad del hombre, que le debe al hombre su existencia, y que no existiría si nosotros no anduviéramos por aquí. Si nosotros no hubiéramos cuajado en lo que somos, la tierra giraría alrededor del sol y habría animales, montañas y ríos, pero no habría tiempo.
Fotografía: Reloj de la Puerta del Sol de Madrid