El velo de la ignorancia

En el siglo XVII Thomas Hobbes nos ofreció una teoría política sobre las estructuras sociales y la legitimidad del Estado, conjugando conceptos como justicia, igualdad, poder y libertad. Para evitar nuestras desavenencias, dice Hobbes, los hombres necesitamos atenernos a un contrato en el que cada uno se comprometa a perder parte de sus libertades con la condición de que los demás pierdan también esas mismas libertades. 

En el siglo XVIII Adam Smith demostró que la especialización del trabajo multiplicaba nuestra capacidad de producción, y, en consecuencia, que trabajando juntos y en equipo podemos producir mucho más que haciéndolo de forma individual. Por eso la forma de vivir en sociedad, no es solo un imperativo natural y social sino también un imperativo económico.

Actualmente vivimos en el mundo unos 7.600 millones de personas, que, embarcados en un proceso de globalización, vamos a necesitar un contrato parecido al que nos proponía Hobbes, y vamos a tener que aprovechar al máximo nuestros procesos de producción de bienes y servicios, como decía Smith, si queremos que estos lleguen a todo el mundo.

¿Cómo podemos organizarnos para lograr una sociedad justa sin socavar los derechos individuales? ¿Cómo podemos repartir equitativamente lo que entre todos producimos? El filósofo John Rawls (1921-2002), profesor de filosofía política de la Universidad de Harvard, publicó en 1971 un libro titulado “Una Teoría de la Justicia”, en el que expone sus criterios sobre todo esto.

Para Rawls la justicia es la primera virtud que hay que exigir a las instituciones, lo mismo que la verdad es la primera virtud que hay que exigir a una teoría científica. Y si una teoría científica, por muy elegante que sea, tiene que ser rechazada si no refleja la verdad, una institución pública tiene que ser reformada o abolida si es injusta.

El problema es cómo lograr que una institución sea justa. Imaginemos un grupo de personas al que se le encarga que cree una institución. Seguramente este grupo será un grupo heterogéneo en que habrá diferencias de religión, sexo, raza, formación o posición social. Si cada uno se aferra a sus convicciones, es dudoso que de esta reunión salga el diseño de una institución justa. Y aquí es donde Rawls introduce su famosa figura de “El velo de la ignorancia”: Para que este grupo de personas sea capaz de organizar algo justo, es necesario que todas ellas renuncien a sus diferencias y prejuicios, y piensen y operen como si no supieran nada de nada, es decir, como si estuvieran trabajando detrás de un velo de ignorancia.

Lo mismo ocurre con el reparto de las riquezas que generamos entre todos. Sea ahora un grupo de personas que tiene que asignarse los salarios que deben recibir cada una de ellas por desempeñar diversos cargos en el pueblo donde viven. También aquí se aplica el velo de la ignorancia y los interesados tendrán que asignar el salario de cada cargo sin conocer el puesto que desempeñará cada uno de ellos.

¿Y cuáles serán los criterios que aplicarán estos grupos una vez que estén operando detrás del velo de la ignorancia? Se supone que tendrán que ser criterios justos. Rawls establece para ello dos principios.

El primero se conoce como el Principio de la Libertad, y dice que dentro de la sociedad en la que se encuentren, todas las personas tendrán los mismos derechos, que serán los correspondientes al más amplio sistema total de libertades básicas compatible con un sistema de libertad para todos, como la libertad de expresión, la libertad de pensamiento o la libertad personal, así como la libertad de ejercer su derecho a la propiedad.

El segundo principio tiene un doble enunciado y establece que las desigualdades económicas y sociales han de ser estructuradas conforme a los dos criterios siguientes:

Principio de la diferencia: que las desigualdades redunden en beneficio de todos o, al menos, en el de los menos aventajados.

Principio de la igualdad de oportunidades: que los cargos y las funciones sean asequibles a todos, bajo condiciones de justa igualdad de oportunidades.

Como vemos, Rawls defiende la libertad individual en el marco de las máximas libertades posibles para todos, y tolera por inevitables algunas diferencias siempre que se den ciertas compensaciones.

Si esto fuera ciencia tendríamos que admitirlo como verdad demostrada. Pero esto no es ciencia. Esto es filosofía política y podemos estar de acuerdo o no con ella. Quizá pensemos que estos principios no son los mejores o que el velo de la ignorancia no es la herramienta más adecuada para responder a las preguntas que el propio Rawls se había planteado. Sin embargo, hemos de reconocer que el velo de la ignorancia es un gran hallazgo, y que puede sernos útil en la vida ordinaria o de trabajo para garantizar nuestra imparcialidad, tanto cuando tengamos que organizar algo importante como cuando tengamos que repartir alguna recompensa.

Fototgrafía: Isabel II velada, Museo del Prado 

                  Busto de Camilo Torregliani

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