
En su escalada desde la certeza que nos dan los sentidos hasta el saber absoluto, Hegel nos cuenta una historia conocida como “El señor y el siervo”, “El amo y el esclavo” o “Señorío y servidumbre”. Más o menos es como sigue.
Cuando en nuestra experiencia al relacionarnos con el mundo vamos buscando la verdad, nos damos cuenta de que existe un mundo exterior y también la réplica del mismo que nosotros tenemos en nuestra cabeza. Fuera de nosotros hay una casa y nosotros, en nuestra conciencia, tenemos también una imagen de esa misma casa. ¿En cuál de las dos debemos poner nuestra confianza? ¿Dónde está la verdad? Fuera de nosotros están las cosas como existen en su plena realidad, pero en nuestra conciencia están esas mismas cosas interpretadas a través de nuestras propias categorías.
Para Kant esas categorías son siempre las mismas e iguales para todos los hombres, ya que todos los hombres tenemos la misma estructura cerebral, por lo cual podemos elaborar ciencia o teorías acerca de la realidad con la certeza de que todos estamos hablando de lo mismo, aunque lo que tengamos en nuestra conciencia no coincida con el ser en sí de las cosas del exterior. Para Hegel esto no es así. Para Hegel estas categorías son dinámicas. Cambian de unas personas a otras y en cada una de ellas evolucionan en función de sus conocimientos y sus relaciones con el mundo. Por ello el mundo que tenemos en nuestra conciencia es superior al mundo exterior, ya que en nuestras cabezas además de ver las cosas como se nos muestran, vemos también como se relacionan entre sí y como han evolucionado en función de las circunstancias naturales, sociales o históricas. Así busca Hegel la verdad en la autoconsciencia, en ser consciente de que el mundo está en nuestra propia conciencia.
Entonces el hombre cree que posee la verdad, que el mundo verdadero es el que él tiene en su conciencia, que lo que hay fuera de él solo son manifestaciones de ese mundo suyo, y que ese mundo, por ser suyo, es algo que le pertenece. Y por eso se siente ufano y contento y sale a la calle disfrutando con cada descubrimiento de lo que va encontrando a su alrededor como manifestación de su propio mundo, como si fuera algo familiar. Y cuando va paseando, todo orgulloso de sí mismo, se encuentra con otro hombre que va haciendo exactamente lo mismo que él, y eso no le gusta porque le va disputando lo que él consideraba de su propiedad.
Pero al segundo hombre le ocurre exactamente lo mismo, por lo que cada uno de ellos necesita acabar con el contrario. Sin embargo, a ninguno de los dos le interesa matar a su oponente ya que eso no solucionaría las cosas, porque, si uno muere, luego aparecería otro hombre y la historia volvería a empezar. Ninguno, pues, pretende matar al otro, sino solo someterlo para que le reconozca su supremacía. Y cuando eso sucede, uno de ellos queda de vencedor y otro de vencido, uno será el señor y el otro será su siervo.
El señor obligará al siervo a ocuparse de todo, y el siervo trabajará para que el señor disfrute. El señor seguirá siendo independiente y de él dependerá el siervo. El señor será el dominador y el siervo el dominado. El señor consume y el siervo trabaja. Por todo ello, el señor ya tiene el reconocimiento del siervo, que era lo que iba buscando.
Ahora el señor se encuentra que con la ayuda del siervo lo tiene todo resuelto y no tiene que ocuparse de nada. Ha resuelto su vida material y además tiene el reconocimiento del otro, que era lo que quería, pero se aburre. El siervo piensa que tiene que desembarazarse de su servidumbre. Él está dominado por el miedo al señor que lo derrotó; está a su servicio y tiene que rendirle cuentas de sus actos; y como consecuencia tiene que trabajar para el señor. Pero cuando trabaja se da cuenta de la independencia de los objetos que produce con su trabajo, en los que ve reflejada la independencia que desea para sí mismo.
El resultado es que el señor vive muy cómodo pero aburrido. Es independiente pero su independencia no le sirve para nada. Y el siervo, que conoce por su trabajo el valor de la independencia, no puede disfrutar de los objetos que produce. En definitiva, ninguno puede lograr la independencia que anhelaba. El reconocimiento que cada uno buscaba en el otro solo se ha dado de forma parcial y ambos han quedado en una situación infeliz.
La consecuencia es que esta experiencia de la conciencia, buscando la verdad en la autoconsciencia, y que la lleva a necesitar el reconocimiento de los demás, termina en un fracaso, que obliga a Hegel a dar otro paso adelante en su dialéctica en busca de la verdad, que es el contenido de su libro La Fenomenología del Espíritu.
Fotografía de Gerd Altmann en Pixabay
Típica filosofía hegeliano/comunista donde señor=capitalista y siervo=obrero. Pero queda una duda: ¿cómo consigue el señor su supremacía y logra someter al otro?
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Gracias Jesús. Aunque siempre había oído decir que el marxismo surge de la izquierda hegeliana, nunca había pensado su relación con esta historia. Sobre cómo el capitalismo superó al marxismo, yo creo que con dos herramientas: creando la sociedad del bienestar y las democracias liberales.
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