
La filosofía de Heidegger está casi siempre focalizada en la búsqueda del ser, y sobre todo en la búsqueda del ser del hombre, único ente capaz de preguntarse qué es el ser.
Al desarrollar su filosofía sobre el ser del hombre, Heidegger toma como sujeto a un ente que denomina Dasein, que puede llevar una vida auténtica, consciente del significado ontológico de su existencia, o que puede sufrir una caída en la mediocridad de una vida inauténtica, dando la espalda al carácter ontológico de su existir. A este Dasein caído lo llama Dasman. En otra ocasión ya nos hemos referido a esta idea de autenticidad.
Como quiera que Heidegger se concentra mucho en el sujeto, sea el Dasein o el Dasman, parece que en cierta medida se olvida de la vida pública y de la política, incluso que se aparta de las relaciones humanas. Hannah Arendt dice que Heidegger evita la cuestión de la acción en toda su obra y que su pensamiento es esencialmente apolítico. Habermas llega a calificarlo de antipolítico. ¿Hasta qué punto el pensamiento de Heidegger está abierto a la política?
Una de las características del Dasein es su aperturidad, lo que quiere decir que está abierto al mundo y a otros Dasein como él, y que uno de sus modos de ser es el de ser-con-otros. Y en la caída, cuando el Dasein abandona su autenticidad, y se masifica identificándose con una multitud de Dasman, la vida comunitaria adquiere un valor importante. En esa situación de caída, la publicidad es determinante, porque conduce a la gente hacia el pensamiento único y hacia conductas carentes de personalidad.
Aunque Habermans reconoce que Heidegger rompe con el concepto de subjetividad trascendental dominante desde Kant, dice también que Heidegger devalúa las estructuras del mundo al presentarlas como estructuras de una existencia cotidiana correspondientes al Dasein inauténtico, y que devalúa también la acción comunicativa por presentarla a través de la publicidad, pasando por alto la praxis y poniendo el foco en un Dasein que se afirma de manera heroica apoyado en su propia finitud. La oposición entre los dos polos personificados en el Dasein y el Dasman, deja entre ellos un abismo infranqueable entre lo auténtico y lo inauténtico, una brecha que puede interpretarse como un repudio total al mundo público y a sus proyectos. Para Habermas, el subjetivismo resultante de todo esto es tan fuerte que las posibilidades políticas que deja abiertas son nulas.
No obstante, estas conclusiones de Haberman parecen excesivas por cuanto que el desprecio de Heidegger por la publicidad no equivale a un repudio de la vida pública, ni ésta es equiparable a la acción comunicativa. Superando, pues, la impresión de que Heidegger relega todo el ser-con-otros a la esfera de las relaciones inauténticas, se puede decir que El ser y el tiempo reserva un papel doble para la política. El primero sería el rescate de la comunidad inauténtica. Lo mismo que por la angustia el Dasein caído es rescatado para volver a su estado de autenticidad, la comunidad, a través del discurso político, puede ser rescatada de su absorción en la vida cotidiana, preparándola para un compromiso renovado con su posibilidad más propia, oculta pero existente en sus propios fundamentos. El segundo papel reservado para la política y el discurso político auténticos es consecuencia del primero, y consiste en dotar a la comunidad de la autoridad necesaria para guiar al Dasein en su resolución de recuperar la autenticidad perdida. En este sentido, la política y el discurso político tienen, por lo tanto, un espacio abierto en El ser y el tiempo.
¿Qué clase de discurso es el que puede conseguir estos dos objetivos? ¿Qué clase de discurso hace posible una acción transformadora de la esencia de la comunidad? Este discurso no puede ser un discurso de opinión o de interpretación de las cosas, ni tampoco un discurso de corte epistémico al estilo del discurso científico. Tiene que ser un discurso que perturbe la tranquilidad entumecedora de la vida cotidiana, lo cual se puede conseguir poniendo de manifiesto la existencia de un destino común, para que los ciudadanos tomen sobre sí su condición de arrojados gracias al reconocimiento de un destino compartido. Así se rescata a la comunidad de su estado de caída para que adquiera un compromiso renovado con su posibilidad más propia. Y, por otra parte, el Dasein resuelto a volver a su autenticidad, no encuentra su decisión vacía de contenido, sino que, por el contrario, ve su destino ligado al de la comunidad, a través de la cual encuentra su propia esencia.
De esta forma se da preferencia a un discurso político basado en una idea fundada ontológicamente y se deja a un lado el discurso deliberativo de la mayoría, anteponiendo el discurso del líder al de otro que sea el resultado del debate de los ciudadanos. Heidegger muestra así sus preferencias por una especie de autoridad que, con un criterio fundado y a la manera de Platón, triunfa sobre el juicio resultante de la deliberación entre iguales.