
El término de sociedades abiertas fue utilizado por primera vez por el filósofo y escritor Henri Bergson para referirse a las sociedades que tenían gobiernos tolerantes, abiertos a las inquietudes de todos los ciudadanos. Hoy día la denominación de sociedades abiertas y sociedades cerradas se utiliza para referirse también a otros aspectos de la vida de los ciudadanos, aunque quizás ambos términos habría que manejarlos con cierto relativismo, o, mejor aún, como tendencias, por cuanto que ni las sociedades ni las personas pueden considerarse como totalmente abiertas ni totalmente cerradas.
En primer lugar estas denominaciones pueden hacer referencia al tamaño de la sociedad a la que nos estamos refiriendo. Así, una sociedad abierta hace referencia a una entidad donde todo el mundo cabe y una sociedad cerrada a algo más pequeño, como una agrupación social o deportiva. Pero estas denominaciones también pueden referirse al talante de las personas que integran estas sociedades. A una persona abierta le asignamos por lo general una amplitud de miras de más largo alcance que a quien parece estar encerrado en un ámbito más reducido. Y también parece que los habitantes de una gran ciudad son más abiertos que los de una población pequeña, ya que estos viven más fuertemente apegados a sus fiestas y tradiciones que aquellos, que las sienten de forma más liviana.
Las democracias liberales que tenemos en occidente son sociedades abiertas. Y también muchas de las personas que viven en ellas tienen esta mentalidad. Estas sociedades constituyen el tipo de sociedad ideal que ya definió el filósofo ingles John Locke a finales del s. XVII. Con el paso del tiempo y los acontecimientos vividos en Europa estas sociedades se han ido desprendiendo de algunos valores tradicionales y han ido creando los suyos propios, como el valor de lo humano, la igualdad, la tolerancia, la solidaridad, los derechos humanos o el respeto a los que opinan diferente, valores pegados a lo cotidiano, despojados de solemnidad o del sentido de lo sublime. Todo ello asentado sobre una economía próspera que lo permita y que fomenta la satisfacción del deseo. Aquí cobran valor la salud, la excelencia y la auto realización. En resumen, una sociedad del bienestar de enorme comprensión y tolerancia.
Y entonces nos preguntamos: ¿A quién no le gustaría vivir en una sociedad así? Pues está claro que no a todo el mundo, y por eso esta sociedad ha estado siempre sometida a fuertes críticas.
Ya hemos visto cómo los filósofos de la Escuela de Francfort (Horkeimer, Marcuse, Habermas etc.) criticaban este tipo de sociedades señalando que encerraban una trampa, en virtud de la cual una clase dominante y manipuladora engañaba a los ciudadanos ofreciéndoles un poco de bienestar para engatusarlos, como un caramelo a cambio de su voluntad y de sus votos. Esta crítica acusaba a la sociedad de crear rebaños en vez de personas y proponía la liberación de los ciudadanos mediante su enfrentamiento con la clase dirigente. Comunismo renovado por perspectivas nuevas.
Pero nuestras sociedades abiertas también son criticadas por la derecha. Por personas que se mantiene en ámbitos más cerrados o tienen una mentalidad más estrecha. O simplemente por personas que piensan que la sociedad que describió John Locke y el mundo que después anunció la Ilustración han desembocado en un fracaso, en una sociedad sin valores, aburguesada y sin espíritu de sacrificio. En sociedades decadentes que crean rebaños de ciudadanos uniformes como decía Nietzsche. Estos movimientos han surgido en distintos puntos de Europa y todos ellos comparten un fuerte nacionalismo, en virtud del cual rechazan la globalización y a quien no pertenece a su grupo. Además, por razones morales tratan de recuperar ciertos valores tradicionales como honor, integridad, seriedad, autoridad o justicia con mayúsculas, o bien valores de grupo como creencias religiosas, o tradiciones locales. Por todo ello consideran que una vida austera y de cierto sacrificio puede dar sentido a sus vidas. En estas sociedades se valoran las normas, el deber y la abnegación. Por eso acusan a los demás de haber perdido estos valores y de llevar una vida sin sentido moral, movida por valores de utilidad económica, ambicionando solo comodidad y vida regalada. Estos grupos no rechazan la democracia política de los países donde viven.
Pero todo esto requiere innumerables matizaciones. Es justo rendir honores a un soldado exaltando su heroísmo, pero solo si ha luchado por una causa justa. O cultivar ciertos valores espirituales, pero no si van encaminados al servicio de la violencia. Por otra parte, aunque en las sociedades abiertas existe cierto conformismo no se pueden olvidar las enormes posibilidades que ofrecen para la auto realización. También hay que tener en cuenta que no todo lo que contiene una sociedad democrática y abierta tiene que ser democrático y abierto. Ni la verdad, ni la inteligencia, ni el talento son democráticos; ni todos los espacios tienen que tener necesariamente el carácter de abiertos. Una universidad tiene que estar abierta a la libertad de pensamiento, pero cerrada a la intromisión política. Una cosa es enseñar matemáticas o filosofía política y otra muy distinta politizar la enseñanza y adueñarse de las universidades.
Como tantas veces se ha repetido, todavía no se ha encontrado un sistema de gobierno mejor que el de las democracias liberales.
Gráfico de cabecera: Índice de democracia en España valorado por The Economist, con gobiernos del PP y del PSOE