
Hay quien piensa que el poder es algo que está ahí, que tiene su propia realidad, como si tuviera vida propia, y que el hombre lo toma cuando le conviene para hacer uso de él. Esta concepción del poder como si fuera un objeto puede servir para facilitar su análisis.
En la vida ordinaria, encontramos que los políticos hacen con frecuencia uso de este poder, del cual podemos decir que es un poder limitado, sometido a unas normas ya establecidas, y que tiene que ser ejercido con los medios disponibles en cada momento. El poder necesita de un espacio de aplicación bien determinado, un espacio que le de soporte, que lo afirme y lo legitime. Aunque esta ubicación del poder tradicionalmente se ha dado en un espacio territorial, hoy podemos hablar también de su posible ubicación en un espacio digital.
El poder siempre busca consolidarse, estabilizarse. Las personas que ejercen el poder tienen siempre voluntad de mantenerlo, con la incertidumbre de que esa permanencia no la tienen garantizada. Generalmente quien ejerce este poder se rodea de un aparato de poder compuesto por un grupo variado de instituciones, ministros, secretarios o asesores, que en cierta medida lo aíslan de su espacio de poder, rodeándolo incluso de un entorno de intrigas y engaños.
En las democracias liberales este poder raramente se concentra en una sola persona, y cuando lo hace no se fundamenta en ella. El poder político no se basa tampoco en la violencia sino en una voluntad común. La violencia puede contribuir a generar poder, pero el poder no emana de la violencia, sino de la voluntad del pueblo, la moralidad y la ley. Por eso genera en nosotros sentido de comunidad, de continuidad y de que existe algo común a todos.
También podemos pensar que el poder no es algo que tenga una realidad propia, sino simplemente algo que surge siempre que varios hombres se juntan para hacer alguna tarea entre todos ellos. En este sentido el poder no lo aporta nadie en particular, ni está en ningún sitio a la espera de que alguien lo tome, sino que aparece cuando iniciamos trabajos en común y desaparece cuando volvemos a separarnos. Aquí el poder surge de la acción comunicativa que nos relaciona a unos con otros y a cada uno de nosotros con el grupo y la realidad, dando lugar a una voluntad común orientada al entendimiento. Como consecuencia de esta acción comunicativa el poder da lugar a una voluntad común dirigida al acuerdo y al mutuo entendimiento.
Según este modelo del poder comunicativo, la forma suprema de poder sería una armonía perfecta en cuyo seno todos trabajarían para una acción común. En este acuerdo pueden contemplarse varias opciones. Puede tratarse de un acuerdo instrumental para aprovechar los recursos disponibles, un acuerdo estratégico para alcanzar los objetivos del grupo o bien un acuerdo de organización orientado al éxito que permita a una minoría dominar a una mayoría, como ocurría con las minorías blancas cuando dominaban a las mayorías de esclavos negros.
Pero también existe la concepción del poder en términos de dominio y lucha social, que en lugar de buscar la formación de una voluntad común, trata de instrumentalizar la voluntad ajena para fines propios. Aunque este tipo de poder es lo contrario del anterior, ninguno de los dos se da de forma pura, pues, incluso la violencia asociada a la lucha, puede interpretarse como una violencia estructural que solo opone cierta resistencia al desarrollo de la acción comunicativa. Podría incluso hablarse de un solo modelo de poder cuya intermediación varía según los casos y vale cero cuando predomina la violencia. En este último caso los participantes quedan privados de toda sensación de libertad. En cambio, cuando existe una intermediación la libertad y el poder no son excluyentes, y la libertad se convierte en una condición existencial del poder. Donde surge el poder hay libertad.
Cualquier tipo de poder tiene dos momentos estructurales fundamentales, que son la subjetividad y la continuidad, pues, una vez alcanzado, el poder no es otra cosa que la capacidad del yo para continuarse en el otro. Tanto cuando el poder se alcanza por consenso como cuando se alcanza con lucha, quien lo ostenta se continúa a sí mismo en los sometidos. Por eso al poder le es inherente la mismidad. La voluntad de sí mismo siempre está contenida en el concepto de poder, por lo que Byung-Chul-Han dice que el poder es ipsocéntrico.
En la actividad política la acción comunicativa de la que surge el poder no está orientada solo a buscar un consenso o un simple acuerdo, sino que sirve principalmente para imponer intereses y valores. De ahí que la comunicación sea sobre todo de carácter estratégico. Han lo dice así: “No es el consenso, sino el acuerdo basado en transigencias recíprocas lo que, en cuanto equilibrio de poder, constituye el actuar político. Compromittere significa encomendar la decisión sobre un asunto a la sentencia de un árbitro. La política es una praxis del poder y de la decisión.”
Fotografía: La libertad guiando al pueblo, cuadro de Eugène Delacroix.