Liberalismo

Hasta el Renacimiento el hombre vivió admitiendo que alguien le dijera desde fuera lo que estaba bien y lo que estaba mal, y quien esto le decía, hablaba con frecuencia en nombre de alguna religión, transmitiendo mensajes divinos que el hombre aceptaba de buena fe, aunque con un poco de miedo.

A partir de entonces, empezamos a darnos cuenta de que nosotros también estábamos capacitados para distinguir el bien del mal, y que, por lo tanto, podíamos fijar cuáles tenían que ser las directrices morales de nuestra propia vida, iniciando un proceso de cambio que continúa en nuestros días con la valoración que hoy tenemos de nuestro propio Yo. Parece que fue Rouseau quien primero planteó de forma explícita que hay una voz de la naturaleza dentro de cada uno de nosotros y que tenemos la obligación de escucharla, ya que solo seremos libres si nos atrevemos a ir marcando el rumbo a nuestra propia existencia en cada una de sus encrucijadas. Cada uno está llamado a vivir su vida de la forma que le sea más propia y cada ser humano tiene que decidir si su vida es o no satisfactoria.

La culminación de este proceso es el sentido del Yo que tenemos en estos momentos, que da lugar a un alto grado de individualidad a la búsqueda de vivir una vida que sea auténtica conforme a nuestro propio criterio, decidiendo cada uno lo que está bien y lo que está mal. Esto nos ha llevado a una sociedad individualista en la que, por distintas causas, se va imponiendo el relativismo moral: cada uno tiene su vida, cada uno tiene su verdad, nada es criticable, nadie puede situarse en un plano moral superior y como consecuencia todo-vale.

De todo esto se ha ocupado el filósofo canadiense Charles Taylor, quien se ha dado cuenta de que el exceso de individualismo da lugar a una cierta animosidad hacia la vida pública y un menor interés de los ciudadanos por lo común, lo que puede corregirse si retomamos los principios morales del individualismo, rompemos con el todo-vale y consensuamos mediante el diálogo unos valores comunes para todos, buscando el equilibrio entre lo individual y la igualdad y el respeto dentro de la comunidad. Dialogar con el otro no es negar tu propia identidad.

Pero, el individualismo, tal como lo hemos definido, no existe, porque nadie está solo. El individualismo tiene un compañero de viaje inseparable. Todos vivimos en comunidad y necesitamos el reconocimiento de los que nos rodean. Aunque intentemos definir nuestro yo auténtico de forma individual, nuestra vida no será satisfactoria si no contamos con el reconocimiento de los otros. Este reconocimiento adquiere su verdadero valor cuando hace referencia a la persona completa. No es suficiente otorgárselo a una mujer solo por su belleza ni a un hombre solo porque tenga alguna habilidad deportiva. El reconocimiento verdadero es el que se aplica a la persona en su totalidad. Como este reconocimiento es básico para definir nuestra identidad, puede generar cierta tensión en nuestras relaciones por las diferencias entre cómo nos vemos nosotros y cómo nos ven los demás. Y una relación puede romperse si ya no nos ayuda a sentirnos nosotros mismos, porque ahora las relaciones son más importantes que antes, pero también son más frágiles.

En la cultura de la autenticidad que pretendemos vivir, el relativismo y la superficialidad no están causados por el individualismo. El deslizamiento hacia el relativismo de nuestra sociedad es el producto de una trivialización de los valores morales que están detrás de nuestro Yo actual. Lo que ocurre es que el propio relativismo no nos deja ver con claridad estos fundamentos morales del verdadero concepto del Yo. Solo recuperando estos fundamentos morales nos daremos cuenta de que no es posible el todo-vale, y que el liberalismo que va unido al individualismo es un liberalismo neutro, que solo trata de defender la libertad individual que se necesita para tener el estilo de vida elegido.

Para definir nuestro proyecto vital tenemos que saber qué es lo importante, y eso también tenemos que hacerlo en torno a conceptos morales. La autenticidad que buscamos tiene que partir de saber qué es importante. No podemos decidir nuestra profesión o nuestras relaciones con los demás sin unos ideales. Admitir que todo-vale es lo mismo que admitir que nada es importante. Pero resulta difícil saber qué es lo importante, cuando a nuestro alrededor vemos cómo se banaliza la búsqueda del Yo auténtico en algunos ambientes, donde, por ejemplo, te dicen que comprarte algo te hace sentirte realizado.

Charles Taylor es conocido como el filósofo de la multiculturalidad, porque la idea del reconocimiento la ha aplicado también a grupos de comunidades, como los nacionalismos o el feminismo, que no se sienten reconocidos ni respetados. Según él, la tensión entre comunidades solo puede resolverse en una sociedad verdaderamente abierta en la que se busque el reconocimiento. La diversidad en las comunidades actuales solo se puede afrontar a través del diálogo en torno a unos valores comunes, y si asumimos, como ya hemos dicho para el individuo, que abrirse al diálogo con el otro no es negarse a uno mismo.

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