
Ya hemos repetido varias veces que, según nos explicó Kant, percibimos el mundo a través de las formas a priori de nuestra sensibilidad, que son el espacio y el tiempo, y a través de la formas a prioiri del entendimiento que son nuestras categorías, y que, por lo tanto, desconocemos cómo son las cosas en sí mismas, cómo es el mundo en su propia realidad. También nos dijo que la metafísica tradicional era imposible porque no nos permitía experimentar con sus conceptos fundamentales como Dios o la inmortalidad.
La filosofía Hindú dice que la realidad nos oculta a los hombres su verdadero ser, porque se nos muestra a través de lo que ellos llaman, Maya o el velo de Maya, que deforma la realidad de manera similar a como lo hacen los sueños. Tras el velo de Maya, las cosas aparecen y desaparecen delante de nosotros como si estuvieran dotadas de cierta magia, mostrándose con engaño tras el velo de Maya como si de un velo mágico se tratara. En este contexto Hindú la propia palabra Maya tiene el significado de magia o ilusión.
Estos dos párrafos son una buena introducción para decir algo sobre la filosofía de Arthur Schopenhauer (Danzig 1788, Fráncfort 1860), cuya obra más importante se denomina “El mundo como voluntad y representación”. Schopenhauer, que era discípulo de Kant, se propuso reconstruir la metafísica que éste dejó fuera de juego, para que el hombre pudiera atender a su necesidad de tener respuestas para sus planteamientos teóricos, sus preguntas sobre el bien y el mal o sobre la felicidad.
Schopenhauer toma el Velo de Maya como modelo para describir el mundo, un lugar donde las cosas tienen la apariencia de los sueños, y nos dice que el mundo es como una representación, como una representación de teatro, donde se cuentan cosas, donde los personajes aparecen y desaparecen y donde al final no queda nada. Y en esa magia que es la representación del mundo está el origen de la filosofía, porque en ella se encuentran la brevedad de las cosas, el dolor y la muerte, y todo eso es lo que nos conduce a la filosofía.
Pero, naturalmente, Schopenhauer no puede detenerse aquí, porque si así fuera el mundo sería una vacuidad sin sentido. Y entonces nos dice que la explicación de que el mundo sea una representación es la voluntad, la voluntad que es querer, porque lo mismo que cuando queremos algo nos lo imaginamos y lo representamos en nuestra mente, así, el mundo, configurado por nuestro querer, es también una representación. La representación surge del querer. Y con la voluntad intenta explicar la representación del mundo, porque la voluntad es querer vivir, que es el deseo más fundamental de los seres vivos: permanecer en su ser y no desaparecer.
Y del querer surge también la individuación. El querer vivir hace que nos sintamos individuos, con lo cual aparecen el miedo a la muerte, el egoísmo, la lucha por la conservación y, con ellos, el dolor. Y cuando la vida se configura bajo estos parámetros de egoísmo, lucha y dolor, el sentido de la voluntad tiene que ser enfocado desde la moralidad. Y esto lo hace Schopenhauer a través del ascetismo.
La actitud ascética implica el control del deseo de vivir. Con el ascetismo se alcanzan tres respuestas fundamentales, tres respuestas que explican en qué consisten la sabiduría, la felicidad y el discernimiento entre el bien y el mal. El ascetismo nos despega de todo lo que nos esclaviza amenazándonos con la inanidad. De esta forma es cómo la moralidad entra en la filosofía de Schopenhauer.
El sabio se distingue del necio porque éste se deja llevar por el querer vivir, mientras que aquel se da cuenta de que eso solo nos conduce a la esclavitud y a la infelicidad. La virtud moral más alta del sabio es la compasión. Cuando refrenamos el querer vivir desactivamos el principio de la individuación y nos damos cuenta de que todos los seres humanos tenemos un destino común de sufrimiento y dolor que es el que suscita en el sabio la virtud de la compasión.
El concepto del Nirvana es también fundamental en la filosofía de Schopenhauer. En el budismo, el Nirvana es un camino espiritual donde se desvanece la ilusión del yo como fruto del esfuerzo ascético. El sabio de Schopenhauer sabe controlar su nivel de implicación con la sociedad. La sabiduría que nos conduce a la liberación consiste en hacer en cada momento lo que uno tiene que hacer, cumpliendo sin apego con su papel en el teatro del mundo, en esta especie de sueño que representa el Velo de Maya. Igualmente, el Nirvana se caracteriza por el estado en el cual la sabiduría alcanza ese nivel de implicación/liberación del individuo donde el individuo no es esclavo de su querer vivir, lo que conduce a la cesación del dolor. El Nirvana es el estado más parecido a la muerte, porque en él termina la vida, cesa el dolor, desaparece el yo y solo quedan la vacuidad y la nada. Pero el Nirvana no es la felicidad, ni es eso lo que dice el hinduismo, porque en el Nirvana ya no hay un yo que pueda ser feliz.
La influencia en Schopenhauer de las filosofías orientales pone de manifiesto las grandes diferencias entre Oriente y Occidente. Occidente no está en sintonía con la espiritualidad oriental, pues tiene más arraigado dejarse llevar por el querer vivir y disfrutar de la vida en lo posible sin pensar mucho en la muerte. Quizás por eso Schopenhauer es considerado como un filósofo heterodoxo y su filosofía suele calificarse como pesimista.
Nota: Esta visión de Schopenhauer procede de unas notas tomadas en una charla del catedrático de la UNED Diego Sánchez Meca.