Spinoza, acciones, pasiones y conatus

En la filosofía de Spinoza la mente es la idea del cuerpo, y ambos, cuerpo e idea, son dos manifestaciones de la naturaleza según los atributos de la extensión y el pensamiento. Cuando nuestro cuerpo interactúa con otros cuerpos recibimos unas sensaciones que son el origen del conocimiento.

Estas sensaciones tienen lugar cuando otros cuerpos interactúan con el nuestro afectándonos de alguna manera y lo hacen según el orden común de la naturaleza, que consiste en el encuentro fortuito de las cosas con cada uno de nosotros a través de los cinco sentidos. Esto deja una huella o afección en nuestro cerebro que resulta ser por tanto una combinación del objeto externo y de nuestro propio cuerpo, por lo que no solo refleja la constitución del cuerpo externo sino también la del nuestro. La idea de esta huella es lo que Spinoza llama una imagen, y cuando el cuerpo externo desaparece lo recordamos a través de nuestra imaginación. Por eso, a este tipo de conocimiento lo llama imaginación. Este conocimiento es endeble y dudoso por dos razones: primera, porque no conocemos el objeto externo como es en realidad sino en la forma en que nos afecta a nosotros; y segunda, porque al estar afectado por la constitución de nuestro propio cuerpo, cada uno de nosotros tendrá un conocimiento distinto de la cosa cuya imagen tenemos en el cerebro. Para Spinoza, este tipo de conocimiento produce ideas inadecuadas.

No ocurre lo mismo cuando la mente percibe las cosas según el orden del entendimiento y por su primeras causas, pues como dice Spinoza “el conocimiento del efecto depende del conocimiento de la causa, y lo implica”. Este conocimiento por las causas es el mismo para todos los hombres. Al contrario del conocimiento por la presentación fortuita de las cosas, determinado de un modo externo, ahora el conocimiento está determinado de un modo interno, en virtud del análisis de las causas y de la consideración de muchas cosas a la vez, razonando sobre sus concordancias y diferencias. Si a la anterior la llamamos la vía de la imaginación a esta la podemos llamar la vía del razonamiento. Si la anterior era fuente de ideas inadecuadas, ésta lo es de ideas adecuadas. Y dado que las nociones comunes se reconocen con prontitud, resulta fácil de reconocer lo que encontramos en el cuerpo de otros si eso mismo lo tenemos en el nuestro propio cuerpo (por ejemplo la extensión), y la mente será tanto más apta para percibir adecuadamente muchas cosas cuantas más puntos en común tenga su cuerpo con otros cuerpos.

EL determinismo y el conocimiento por las causas lleva a Spinoza a negar la existencia de la libertad humana, pues cuando atribuimos a la voluntad y por tanto a la libertad nuestras decisiones, lo hacemos simplemente porque no tomamos conciencia de sus causas. Yo no elijo una ensalada en lugar de una hamburguesa o viceversa porque soy libre, sino porque conozco el valor nutritivo de ambas y sus efectos sobre mi cuerpo, y eso determina mi decisión.

Aunque Spinoza es racionalista, no desprecia en absoluto los afectos y los sentimientos, porque considera que conocer y utilizar los afectos de forma adecuada es importante para vivir bien, ya que los afectos rigen nuestras vidas. Los afectos, en la filosofía de Spinoza, son las ideas de esas afecciones. Spinoza entiende que las afecciones aumentan o disminuyen nuestra capacidad para obrar. Las afecciones o los cambios que se dan en el cuerpo, como todo, tienen sus causas. Cuando son producidas desde fuera, desde el exterior, las llama pasiones, y cuando tienen su origen en nosotros mismos las llama acciones. Dice: “Así pues, si podemos ser causa adecuada de alguna de esas afecciones, entonces entiendo por afecto una acción; en los otros casos, una pasión”. Las pasiones, que son afecciones del cuerpo, son producidas por cosas externas pero también por las ideas que la mente tiene de esas mismas afecciones, según la historia y la experiencia de cada cual. Estas pasiones son ideas inadecuadas que nos conducen al error y a la servidumbre.

Para Spinoza la servidumbre es la impotencia humana para moderar y reprimir los afectos, pues el hombre sometido a los afectos derivados de las pasiones no es independiente, sino que, sometido a la jurisdicción de la fortuna, se ve obligado a veces a hacer algo que no es bueno para él. Para liberarnos de esta servidumbre nos dice que los afectos solo pueden suprimirse mediante otros afectos contrarios y más fuertes. Y que, además de las pasiones, no olvidemos que hay otro tipo de afectos producidos por las acciones, los cuales no son fruto de una percepción imaginaria de las cosas, sino de una percepción racional. Un objeto presente provocará un afecto más intenso que otro imaginado; uno más cercano en el tiempo provocará un afecto más intenso que otro más lejano; y uno considerado necesario provocará un afecto más intenso que otro contingente. ¿Cómo podemos dejar de ser débiles y ser fuertes para optar por aquello que realmente es bueno para nosotros? Mediante la virtud, que para Spinoza consiste en actuar según las leyes de la propia naturaleza, viviendo según la guía de la razón.

Cuando decimos que las afecciones aumentan o disminuyen nuestra capacidad de obrar es porque nuestro cuerpo siempre está en un estado de acción que puede ser modificado, debido a lo que Spinoza llama “conatus”, que es una idea de esfuerzo, un esforzarse, porque “cada cosa se esfuerza, cuanto está a su alcance, por perseverar en su ser”. El conatus no busca simplemente la supervivencia, sino la vitalidad de una vida floreciente. Cuando pasamos a un estado de mayor potencia sentimos alegría, y cuando pasamos a uno de menor potencia sentimos tristeza, por lo que la alegría y la tristeza se convierten así en dos afectos básicos. Spinoza analiza casi cincuenta afectos, entre ellos el amor y el odio, “el amor no es sino la alegría, acompañada por la idea de una causa exterior, y el odio no es sino la tristeza, acompañada por la idea de una causa exterior”.

La posición de Spinoza sobre los valores es muy singular. Para él, “no queremos, apetecemos ni deseamos algo porque lo juzguemos bueno, sino que, al contrario, juzgamos que algo es bueno porque lo queremos, apetecemos y deseamos”. Si unimos esto al esfuerzo innato por la supervivencia o conatus, este mundo podría convertirse en un campo de batalla donde cada uno buscara solo su propia supervivencia. Esto, en efecto, ocurre cuando el esfuerzo de cada uno por perseverar en su ser se basa en ideas inadecuadas, pero no ocurre cuando se basa en ideas adecuadas que provienen de la razón, porque para Spinoza, además, el mayor bien que puede tener un hombre es contar con los demás hombres. O con sus propias palabras, “nada es más útil al hombre que el hombre”.

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