El hedonismo

Ya en tiempos de Platón y Aristóteles surgen en Grecia unas escuelas filosóficas que no buscan hacer filosofía entendida como ciencia, sino establecer unas normas para la existencia humana, más o menos filosóficas, más o menos morales, que permitan a los hombres y a las mujeres ser felices. Para ellos una filosofía que no cure las heridas del alma no tiene ningún valor, porque el último fin de la actividad filosófica tiene que ser la felicidad del ser humano. Dos de estas escuelas buscaron la felicidad a través del placer y con ellas nació el hedonismo.

La más antigua de estas dos escuelas la fundó Aristipo de Cirene y por eso sus seguidores se llamaron Cirenaicos. Aristipo nació ocho años ante que Platón y su hedonismo es casi ascético. Para él el bien supremo es el placer, pero un placer que no tiene que dominarnos, ya que el placer que nos domina nos hace infelices. Nosotros tenemos que saber seleccionar los placeres que nos producen agrado y, sobre todo, tenemos que dominarlos estando siempre por encima de ellos, acomodándonos a las circunstancias cambiantes de cada momento, para sentirnos independientes e imperturbables.

La otra escuela se llamó El Jardín de Epicuro, que fue fundada en Atenas por este filósofo en el año 366 adC. Aristóteles tenía entonces 18 años. Al Jardín de Epicuro asistían hombres y mujeres. Epicuro había nacido en Samos y era un hombre de gran personalidad que ejercía una influencia enorme sobre sus seguidores. El final de su vida está unido a una enfermedad dolorosa que parece que llevó con ejemplaridad y de acuerdo con las doctrinas que había enseñado. Su filosofía es materialista y hedonista. Como para ser feliz hay que evitar el dolor en lo posible, y como a menudo la gente sufre por temores infundados, propone lo siguiente: no tener miedo a la muerte, porque con la muerte tanto el cuerpo como el alma, que están formados por átomos según las enseñanzas de Demócrito, se desvanecen y desaparecen; no tener miedo a los dioses, porque, aunque él no los niega, dice que los dioses están a lo suyo sin echar cuentas de nosotros; no temer al destino, porque el destino no está dirigido por ningún poder mágico ni amenazador; reducir la vida social y la actividad política porque por lo general son fuente de disgustos. Sí existe el dolor físico, y para combatirlo entra en juego la parte hedonista de su doctrina: lo único que puede hacer feliz al hombre es el placer; hay que aceptar siempre el placer salvo que de él se derive un dolor futuro, y también aceptar el dolor si es causa de un placer posterior. El placer que más goce puede darnos es el placer espiritual, porque solo a través de él se alcanza la felicidad, que es un estado de paz y tranquilidad que él llama ataraxia.

Hegel también nos habla del hedonismo. En la marcha hacia la verdad absoluta que él describe en La Fenomenología del Espíritu, Hegel se ocupa del hedonismo como una posibilidad de la conciencia para relacionarse con la naturaleza, y lo hace a través de la historia del Fausto de Goethe. Fausto desea gozar de la vida y quiere ser dueño de su propio destino, para lo cual hace un pacto con el diablo. Conoce a Margaret, la seduce y la posee buscando en ella su propia realización. Fausto le da a Margaret una pócima para dormir a su madre, pero la dosis resulta venenosa y su madre muere. Margaret queda embarazada, mata al bebé y es condenada a muerte. Fausto pretende sacar a Margaret de la prisión y ella muere en sus brazos. En un enfrentamiento con el hermano de Margaret Fausto lo mata. Fausto pretendía abandonar su posición de intelectual para disfrutar de los placeres de la vida, quería disfrutar del placer de verse reflejado en el otro. Esta era su certeza, pero encontró lo contario. Dice Hegel, “tomaba la vida, pero con ello abrazó más bien la muerte”. La conciencia no encuentra en el hedonismo la verdad que buscaba y Hegel sube otro escalón en su fenomenología.

Kierkegaard, en una escala ascendente, nos propone tres modelos de hombre, el estético, el ético y el religioso. El estético es el hedonista, que busca la satisfacción inmediata del placer. El que se ve a sí mismo como algo simplemente dado, consistente en un conjunto de deseos e inclinaciones que trata de satisfacer en función del medio que lo rodea. El nivel más bajo de estos deseos es el que compartimos con los animales, como tomar el sol o comer. El segundo es el que busca la aprobación de los otros, como el reconocimiento, el nivel social o la admiración. Ninguno de estos placeres depende de nosotros en sus fundamentos, porque solo son expresión de nuestras inclinaciones. Un prototipo de este hombre es Don Juan, que tiene que cambiar de mujer porque se aburre. El hombre hedonista termina aburriéndose, pero intenta salir de su aburrimiento mediante el refinamiento, buscando salir de su finitud y su necesidad por la imaginación, y entonces rige su vida olvidando lo que no le gusta y recordando, incluso con variaciones de su agrado, lo que le satisface. A veces cambia el placer en sí mismo por el placer que le proporciona la forma de conseguirlo. Como si Don Juan cambiara el placer de poseer a una mujer por el placer de seducirla o el de simular que es ella la seductora. Esto lo lleva a salirse de la realidad, incluso a manipular su mente desembocando en una situación de infelicidad. Así, sale del aburrimiento, pero termina siendo infeliz. Por eso Kierkegaard rechaza al hombre estético y salta al modelo que lo supera, que es el hombre ético.         

Fotografía: Fragmento de El jardín de las delicias, de El Bosco

2 respuestas a “El hedonismo

Deja un comentario